Temblor fuerte no se cacha

¡Puta la hueá! ¡Concha de tu madre! Ya van tres noches seguidas que no agarro a ningún saco e hueas. Parece que se hubieran escondido los cobardes. O se fueron con las señoras (sus señoras) que siempre le mantienen reprimida la pichula, y se la torturan con sarcasmos y amenazas pa que no se les arranquen.
Todo es culpa de esta maldita tierra que desde hace algún tiempo (no cacho cuánto) se viene moviendo demasiado. La hueá de temblor más fuerte fue anteayer. Dicen las cabras que se pareció a su mejor orgasmo, pero con ruido cuático. Yo cuando me voy cortá no siento mucho, como que se me tapan los oídos y no quiero entender nada más. Dicen que se zamarreó todo y que de los cerros cayeron las tremendas rocas y se echaron unos cuantos autos. En esta hueá de país siempre tiembla. Si pal sur son pan de cada día. Parece que acá en el norte ahora se convirtieron en plaga las hueás. Hueón bien hueón el que nos hizo las fronteras porque parece que lo hizo limitando el terreno donde más temblaba. Una vez un cliente me explicó que este terreno lo habían ganado por una guerra. ¡Más hueones todavía! ¡Ja! Cada cierto tiempo hay que acostumbrarse, pero estos últimos han sido potentes. Y lo peor de todo es que ahuyentaron a los clientes. Por más que me paro mostrando la raja en la rotonda, lo único que siento es que se me hiela. Ni un bocinazo. A las diez esto está muerto. Y yo cagá de hambre. Llevo rasqueteando con los dientes el kilo de pan que compré el domingo, y las mierdas de papas se pudrieron con el calor, y la leche se derramó con los temblores, y ya no tengo ni uno para comprar pasta que es lo único que me mantiene viva. Los hueones andan diciendo que se viene un temblor más grande, que será el gran terremoto que se espera hace años. Gente hueona que se dedica a esperar cosas. Yo ya no espero nada, excepto si viene algún cliente, eso espero, porque ya me duele la guata de hambre, porque si no calzo esta noche, si no consigo algo de plata, si alguien no se descarga en mí, mañana no sé si despertaré. En la casa me están echando desde el año pasado. Dicen que soy de "mal vivir". Puta la hueá y los cochinos culiaos que trafican, y las perras de mierda que raspan murallas, y los maricones del hoyo que esparcen sida. Todos esos hueones viven ahí también, pero es a mí, que vivo sola, que duermo sola, que soy mujer sola, a la que huevean para que se vaya. Sé que no he pagado hace dos o tres meses, pero estos otros hueones y hueonas por puro que se lo chupan al dueño. Yo no, yo se lo chupo a los clientes, pero no al dueño. Ese es un viejo maricón. Pero no porque le gusten los hombres al chuchesumadre, sino que es mala clase. Es de esas personas sin sentimientos que les gusta el dinero y aparentar. El saco e huea se compró una camioneta 4×4 y lo único que hace es lavarla y tenerla estacionada fuera de la casa. Ojalá viniera un temblor y una roca del cerro y se la hiciera mierda al viejo culiao. Esta noche hubo tres temblores fuertes. Solo sentí uno: el último. Y sentí la hueá porque estaba en la costanera mirando el mar de noche a ver si por la brisa de sal se me iban las lágrimas que me sacó ese desgraciado que me tomó en la rotonda. Era de esos hueones que les gusta que le peguen. Yo no sé de dónde chucha sacan esas mierdas. Yo puedo ser puta, puedo ser pastera, puedo no tener ninguna hueá material a la que aferrarme, puedo no tener dónde caerme muerta, pero tengo algo que a muchos les falta: sentido común. Es una de las pocas hueas que me acuerdo del colegio, eso y el poema 20. Un profesor canoso y olor a carbón nos explicó lo que era el sentido común. Él pensaba que nadie le escuchaba o que siquiera le entendían, así que hablaba mirando a la ventana, al desierto. "Imaginen que de pronto surge un viento tan, pero tan fuerte que eleva toda la tierra del desierto y la mezcla con el viento. Lo primero que haríamos sería taparnos la nariz y la boca para no respirar: eso es sentido común. Luego trataríamos de salvar a nuestros seres queridos: eso es sentido común. Tras la catástrofe, ofreceríamos ayuda a otros: eso es sentido común. Piensen ese ejercicio en negativo y se darán cuenta lo que no es sentido común: no tratar de salvarse, no ayudar a nadie y creer que este es un buen ejemplo. Piensen en cualquier otra situación donde podríamos aplicar el sentido común." "¿Y eso podría pasar de verdad?", le pregunté yo que nunca había hablado en clases. "¿Qué cosa? Perdón, ¿cuál es tu nombre?". "Lo del viento fuerte y el desierto". No sé si me preocupa no tener dónde caerme muerta. Después de lo que me hizo este saco de hueas, como que toda mi vida pasó ante mis ojos. A lo mejor sería bueno morirse con esa tormenta de viento, así se ahorran los funerales y los entierros. El maricón me dijo primero que no tenía las 10 lucas y que estaba urgío. Le dije que le hacía la francesa por tres, pero quería completo. Como estoy tan cagá de hambre acepté y me llevó donde termina la ciudad y comienza el desierto. Su auto era una carcacha hedionda. Comenzó a metérmelo con harta fuerza, pero era tan chico y ni se paraba que yo traté de agarrárselo para que resultara mejor, y eso fue lo que lo prendió. No sé si creyó que me burlaría o se excitó el hueón, pero desde ese momento me agarró del cuello y me dijo que lo mordiera, que le pegara, que lo escupiera. Puta hueón, esa huea es no tener sentido común. Culiao, como no me nace hacer eso él empezó a hacérmelo a mí y me dio rabia, pudo matarme el miserable, más encima que ando sin fuerza y no he comido, terminó diseminado en mi cuerpo con su cuerpo peludo aplastándome y su mano clavada en mi cuello, juré que me moría. Terminado el escándalo volvió a ser el normalito que pretendió desde un principio, ese que tiene mujer e hijos, ese que tiene un trabajo decente, ese que cumple horarios y llena su carrito en el supermercado con cositas ricas. Se hizo el simpático y me ofreció llevarme donde quisiera. Al cementerio, pensé, pero le dije que a la costanera, allí la brisa lava y se está lejos del desierto en el desierto. Esta noche es oscura y el mar solo se escucha. A veces puede verse la espuma de las olas reventando. Corre viento y si revientan fuerte la brisa es más fuerte. Me enjugan el rostro que se seca con el calor y se vuelve áspero. Como en un espejo universal me miro en el cielo y trato de quererme. Pienso que el otro día puede ser mejor, podrá ser mejor, si tan solo no tuviese tanta hambre. Con las dos lucas podría comprar pan y una mortadela. Con cuea una mayo, y la otra luca pal raspao de muralla. Emprendo camino hacia los cerros, es tan tarde que ni quiero saberlo.
Me despertaron los maricones de la pieza del lado que siempre arman escándalos. Cuando se pelean todos tienen que enterarse. Y es como si el mundo se acabara. Rompen cosas, se quieren matar, se encierran en el baño, llaman a los pacos. Ahí la cagan, porque todos saben que si llegan los pacos a más de alguien se van a llevar. Los hueones no son hueones y saben que si hacen una carrera hasta acá, alguna recompensa deberán obtener. Menos mal que los maricones se arreglaron y al rato estaban culeando de lo lindo, porque el que hace de mujer gritaba como barraco, y no era porque el otro le estaba pegando, era porque se lo metía sin lubricación. Yo sé lo que es eso, y duele la huea. Estaba soñando parece. Hace tiempo que no recuerdo los sueños. Cuando niña soñaba varias veces todas las noches, ya sé que eso le pasa a todos, pero yo podía recordarlos completos. Como a la hora de almuerzo vino el viejo culiao del dueño y me dijo que le pagara o me fuera. Como le dije que no tenía plata me dijo que se lo chupara y arreglábamos una semana. Me carga la gente con plata. Se ponen como hueones, creen que son algo en la vida. Cuando yo era chica tenía plata, mucha plata. Hablaba bien y vivía en una casa con techo de tejas. No sé para qué si acá no llueve nunca, pero hasta teníamos aire acondicionado. La plata no significa nada, no significa nada. Mis progenitores eran dos humildes oriundos de la pampa. Se conocieron en la plaza de la ciudad y tuvieron una historia de amor como cualquiera. Se casaron como cualquiera y a punta de esfuerzo compraron una casita. Querían tener una familia, pero no sucedió hasta que nací yo, cuando ambos habían perdido la esperanza. Por eso me llamaron así. Ya estaban en el ocaso de sus vigores. Parece que yo fui concebida con los últimos esfuerzos vitales por ser perpetuados (y ahora soy puta). Eran felices sin mí, porque desde que tengo memoria hubo problemas. El hombre trabajaba en la mina grande, y a tajo abierto y como todos saben, la producción se incrementó al punto de volver a todos los mineros en pequeños ricos. Se abanicaban con los bonos después de cada conflicto. Las historias que contaban sobre su juventud eran siempre felices, pero yo solo recuerdo peleas, borracheras, metidas de droga, a la señora llorando, al hombre golpeándola. No sé por qué. Si me preguntan no sé por qué pasó. La hueá. Fueron demasiados bonos yo creo. Se los daban a todos los mineros y cada uno se compraba la mitad de la tienda. ¿Para qué? No sé por qué mierda. La ciudad entera se fue convirtiendo en un palacio de plástico horrendo. Este hombre se volvió adicto a la coca, cada día le pegaba más a la señora. Un día entré de improviso a su dormitorio y vi que él la tenía amarrada a la cama y le estaba metiendo un escobillón por la raja. Le había cortado con un cuchillo las tetas y le metía este palo porque no sé, porque la vida no tenía sentido tal vez, no sé. Porque se iban a morir pronto: él, de polvo en los pulmones y ella de soledad. No lo sé. Hasta que un día ella lo esperó a que bajara de la mina, le sirvió la once como siempre, esperó que se acostara y cuando se estaba quedando dormido le plantó un hachazo en la frente. Le partió la cabeza. Yo vi todo. Ella se dio cuenta, quiso explicarme. ¡Maldita la perra culiá! ¿Por qué me cagaste la vida, perra conchetumadre? Yo no te pedí nacer. Yo no te pedí venir a huevear a este mundo enfermo. Si teniai tu cagá de vida hecha, ¿por qué me dejaste nacer? ¿No sabes el hambre que tengo ahora? Ni te imaginas, innombrable desgraciada, y este viejo culiao quiere que se la chupe para que no me eche. ¡Ándate a la mierda! Esa vieja reculiá le partió de un hachazo la cabeza al desgraciado que le pegó durante años. Yo no sé los motivos, pero ella cuando me vio que la vi hacerlo, me llevó hasta el patio y me pasó una maletita llena de billetes. Luego se entró y cerró la puerta con llave. Al rato comenzó a salir humo de toda la casa. Por respuesta refleja yo supe que había que llamar a los bomberos, pero sabía además que la puerta estaba cerrada, así que a mis seis años no atiné a otra cosa que a lanzar la maletita contra el vidrio para romperlo y entrar para buscar el teléfono. Había olor a bencina por todas partes y mientras tomaba el inalámbrico para marcar el número de los pacos o de emergencia o el que fuera, pude verla bailando envuelta en llamas sobre el cadáver de ese hombre. Viejo culiao, no le pago. La media camioneta que tiene. El plasma donde ve los partidos de la selección el conchesumadre. No se la chupo, así que échame, ¡Échame maricón culiao! No tengo nada que llevarme. Mis pilchas son apenas unas mierdas y no tengo nada material. Todo se quemó, todo se fue después en el colegio. Me llevaron a un hogar, puta que es irónico decirlo así porque antes vivía en una casa con esos dos que se mataron, pero luego de que se me quemaron logré por fin vivir en un hogar, pero de niñas huérfanas. Nos hacían dormir a todas juntas, nos hacían ir a clases con profesores distantes, nos llevaban a pasear a la playa con la esperanza de que nos ahogáramos. Hogar la hueá, más parecía cárcel y ahí me enseñaron a putear. Fue la Magaly, me dijo un día: "Y vo te querí quedar pa siempre en esta hueá. No seai hueona. Si ya te llegó la regla así que podí culear sin problema, pero cuidándote el hoyo y que el hueón siempre tenga la huea cubierta, si no: cagai." "Si necesitai plata", me decía ahora la Carla, "escápate con nosotras en la noche. Saltamos el muro y nos vamos a la plaza. Está lleno de viejos calientes que te dan plata si les decis hueás. Y si les hacís hueás en los matorrales te llenan de billetes los viejos calientes. Hay que hacerla piola sí, porque la mayoría son personas con vida." "¿Con vida? ¿Acaso nosotras no tenemos vida?". "Con vida privada hueona, son casados, son empresarios, arquitectos, pintores, son profesores, son curas. Y hasta políticos." Viejo culiao, no le pago. El muy mierda me agarró como si fuera un saco de papas y me llevó fuera de su maldita casa. Me lanzó a la vereda y como casi no peso, fui a dar contra un poste así como se desmoronan los cerros después de los temblores. Diseminada en una calle pegajosa de orinas y escupos. Tanto temblor vuelve estúpida a la gente, tanto recuerdo también. Ahí me quedé. Al rato vino de nuevo el viejo culiao y yo pensé que me iba a pegar, porque le había gritado ¡Asesino!, pero solo salió para lanzarme mis pertenencias como si fueran basura. Mi ropita, mis colonias (que se hicieron mierda en la vereda), mis pinturas y mis collares de plástico. Mis zapatos y mis carteras, todo esparcido como basura en la vereda. Ahí lo dejé. No hacían mucha diferencia de un día normal de sacar la basura después que los perros hambrientos de la pampa han pasado. Solo tomé una blusita que me gustaba y la cartera que me dio la Magaly. Pucha, la Magaly. Me enteré la otra vez que le pasó algo terrible. En el hogar nos hicimos amigas. Me enseñó a putear, debe haber sido como tres años más vieja que yo. Se escapó del hogar tres días antes de que nos trasladaran a la cárcel. Todas pensamos que tenía suerte, porque sabíamos que en la cárcel nos iban a sacar la chucha. Cuando se fue, todas pensamos que iba a llegar donde decía: a la frontera. Allí se encontraría con su tío que sacaba autos del país y los vendía para hacerse rico. Eso nos contó. Tenía amigos que robaban autos en todas partes y después se los llevaban a él para venderlos en el país vecino. Era grito y plata. La Magaly sabía manejar, así que en eso iba a ayudar a su tío. Por cada auto le daban como un palo. Con veinte autos ya tenía el futuro asegurado. Ella no era pastera. Ella estaba enamorada del Freddy. Estaba enamorada del Freddy y estaba cansada de putear. Quería casarse y tener hijos. Pensaba que con los veinte palos iba a ir a la casa del Freddy para decirle lo mucho que lo amaba y que quería ser la madre de sus hijos, tener una casa y un perro, ir a dejar a los niños al colegio y lavar la loza sin reclamar porque se le partían las manos por el detergente. Puta que se quieren cosas en la vida. Siempre se quieren, pero nunca pasan. La Magaly se fue al terminal para tomar un bus a la frontera, pero ahí tuvo que esperar a que llegara su recorrido, y como estaba tan cansada, había caminado dos días, estaba tan cansada, que se quedó dormida apoyada en un pilar del andén del bus, y cuando el bus llegó no la vio, y aunque le costó un poco estacionarse finalmente lo logró, pero con el cuerpo ensangrentado de Magaly entre las ruedas. Hasta salió en las noticias. Viejo culiao no le pago. Encontré un par de billetes en la cartera que me regaló la Magaly. Pasé al negocio de la ciega Loly a comprar un cigarro. Desde aquí ya se podía ver la playa. Hacía abajo deben ser como dos kilómetros. Más allá está el departamento del médico. Me voy fumando hacia abajo y no miro atrás, no miro atrás hasta que siento el rugido de la camioneta del viejo a mis espaldas. Sé que es él y viene furioso, hasta se puede sentir el calor del motor quemando fósiles y las ruedas raspando la calle de tierra. Se puede imaginar el caserío impune y la gente asomándose para ver quién viene, ¿quién más? Pues el único que tiene camioneta en cuadras a la redonda. Todos los demás son esclavos y yo la presa. Le dije "asesino", lo miré feo, le impugné su vida. Siento la chantá a mi lado, la puerta cerrarse de un golpe y los pasos aproximarse a mí. Soy tan débil, no he comido en días, soy tan puta, quizás merezco que me ataque. Creo que en su puta vida nadie le había desobedecido como yo, nadie se había atrevido a decirle asesino. El viejo de joven fue milico, y era de los malditos que se dedicaban a matar insurrectos. Y de los que violaban torturando con animales. Y de los malditos que después se escondieron en la sociedad. Se sentía con poder el viejo, había un respeto tácito inspirado por el miedo. Nadie lo había dejado hablando solo, nadie lo había convertido en nadie. Porque este hueón se cree dueño del mundo y me agarra del pelo, yo apenas caigo y me azoto la cabeza en la vereda de piedra y piedras, trato de pararme y el hijo de puta me da una patada en las costillas. Entre tanto dolor siento que alguien grita mi nombre. ¿Será que me voy a morir? Veo que el viejo culiao saca un cuchillo cocinero y me dice que me va a cortar la cara y las tetas. Vuelvo a escuchar mi nombre y advierto que alguien toma al viejo por la espalda, lo empuja contra la camioneta, se rompe un espejo y el viejo grita de dolor. Con el dolor en la cabeza se me ha nublado la vista y trato de ver entre el polvo en los ojos, la sangre caliente y las lágrimas, quién está sacándole la chucha al viejo, pero no distingo más que una silueta, porque a esa hora el sol pegaba de lado y se veía la sombra a contraluz, yo de rodillas en la tierra, con la mitad de las costillas quebradas, con el organismo vacío de todo, con una gruesa gota de sangre bajando por mi frente, pero aún con el cigarrillo entre los dedos, le doy una pitiada salvadora que me revuelve hasta la bilis de la guata completa, y ahora sí, distingo quién le revienta la cabeza al viejo, quien lo patea, quien le aprieta las manos con la puerta, el pobre viejo ya ni grita, pues los borbotones de sangre que emanan de sus podridos adentros le impiden siquiera pedir ayuda. No está muerto, pero a todos los que observan sigilosos desde sus ventanas les gustaría que así fuera. Se arrastra el viejo de mierda y todos quieren que deje de moverse, que ese hombre que lo golpea dé el golpe de gracia. Ese hombre es Recaredo, el vengador. Después de fugarme del internado comenzó mi vida de verdad, pero ahora que estoy en el suelo sangrando y muriéndome, creo que en realidad nunca he vivido. Creo que miles de pensamientos me confunden y algo que no puedo explicar me surge mientras veo a Recaredo pateando en el suelo a ese viejo chuchetumare. Es como si un héroe hubiese aparecido en el momento justo, así como dicen que son las películas y los libros para que terminen perfectos y el saco de hueas que lo lee quede contento. Solo que nada más es Recaredo que tiene todo lo que un héroe no debe tener. Más bien tiene todo lo que un ser humano no debe tener. Lo pienso de manera súper egoísta, porque yo he sido la puta más puta, la hueona más vaca en este mundo, volá y pastera a más no poder, que ha vivido tantas hueas sórdidas que yo creo que no me acuerdo por suerte. Después de fugarme del internado me fui con la Carla. Era loca esa mina. Estuvimos como un mes chupándosela a unos diputados de la nación que llegaban en sus autos a la esquina de los matorrales. Nos subíamos en la noche, lo más piola posible. Acá en el norte hace calor, pero estos hueones llegaban hirviendo todas las noches. Era como si fueran volcanes a los que apenas tocabai les salía toda la hueá. Y gritaban como barracos. Daban buenas lucas. Yo pensé en juntar plata para comprar una casa. Siempre fue mi intención esa. La Carla me decía que yo podría ganar mucha más plata, que cuando fuera mayor de edad me fuera a presentar a la televisión, que tenía buenas tetas y buen poto, que me cuidara y podía triunfar. Ella no, que ella era cara de portazo, ella seguiría chupando picos por los siglos de los siglos, en cambio yo, que lo hiciera para juntar moneas nada más. Yo a veces me miraba en el espejo en pelota, sobre todo en el internado, y veía cómo me había crecido el cuerpo, cómo las caderas se me habían ensanchado y se me habían parado las pechugas. Me ilusionaba con las palabras de la Carla, los viejos culiaos también, cuando me veían hasta se iban cortados sin tocarme, y me decían: tenis cara linda pendeja, te parecí a esa actriz gringa, ¿cómo se llama? No me acuerdo, pero tiene cara de ángel con las cejas bien gruesas, los ojos claritos, el pelo azabache, la nariz puntiaguda, los labios gruesos que parecen dar un beso, las mejillas suaves y rojitas, el cuello largo y terso, las medias pechugas, como dos melones contorneados que apretan la carne y vencen la gravedad, sin guata, el tremendo poto, una vez un viejo me dijo que jamás había visto un poto tan rico. Siempre dicen eso los calientes. Recaredo lo va a matar. El viejo culiao apenas se mueve. La camioneta quedó con las luces prendidas. La radio emana una ranchera bien triste y antes de matarlo Recaredo me mira. Yo debo parecer una puta más triste que hasta la puta más triste del planeta, pero quise sonreír. ¿De dónde saliste Recaredo? ¿Quién te puso en mi camino otra vez? ¿Cómo supiste que estaba en peligro? ¿Te vas a ir de nuevo? Y Recaredo tomó una gran piedra que había llegado ahí rodando de los cerros después de los grandes temblores, y la dejó caer sobre la cabeza del viejo reconchetumare. Sonó como cuando se quiebra una nuez, pero gigante. No recuerdo haber comido nueces alguna vez. No se vio nada de sangre, pero todos supieron que ya no había más vida para el viejo. Un silencio atronador que hasta el viento acató, llenó los cerros y la pampa y el desierto. Yo me imaginé que toda la gente que miraba a lo lejos iba a comenzar a aplaudir como cuando se acaba una película, pero no. Recaredo me mira, y veo en sus ojos la misma luz que cuando lo conocí, solo que ahora yo estoy hecha una mierda y parece que él enloqueció de veras. Igual gané plata con los diputados. Según la Carla, otros de los hueones que venían eran de la tele y de cargos importantes. Yo no cachaba a ninguno. Nunca tuve televisor, nunca saqué carnet, nunca voté en alguna elección, nunca aparecí en alguna cifra, me imagino, porque yo pensaba que había cosas más importantes. No sabía qué eran, pero esa hueá de la televisión y las caras brillantes y la mierda de musiquita me ponían la cabeza mala, así que en cuanto veía una, me daban ganas de romper la pantalla a palos. No recuerdo mi RUT, tuve, claro. Los que me trajeron a este mundo me inscribieron porque según ellos tenían todo planeado: casarse, tener hijos (no solo una hija), vivir felices para siempre en una casita brillante por la rechucha, con rejas blancas, sin protecciones la hueá, hermosa, hermosa, hermosa, y que los hijos crecieran y corrieran por el prado, aunque costase más que la chucha que el pasto creciera porque puta que es difícil aquí en el norte que alguna hueá crezca. Hay que estar regando como hueón todo el día la mierda de tierra yerma, que se lo chupa todo y después de harto esfuerzo puede alguna raíz asentarse y quién iba a avizorar que esas estupideces de deseos no se desean, porque la mina mata, porque el hacha no se detiene, porque la tierra tiembla siempre, pero somos nosotros los que nos movemos mal, tal vez, la tierra solo quiere acomodarnos. Gané plata, pero me la farrié toda. Parecía hueona comprándome ropa y perfumes. Todos me decían que para qué me compraba si siempre olía rico. Yo creo que mi piel emanaba olor a semen podrido y me eché de todo para sacarlo y no pude, así que tuve que asumirlo. Ese olor de mierda se hacía fuerte al acercarme al mar, era como de pescado la hueá. Compré de todo, menos felicidad. Me vino un bajón fuerte. No le encontraba sentido a nada. No tenía dónde caerme muerta. La Carla me invitó a la casa de un viejo que la había enamorado según ella. El viejo le compraba de todo y a mí me dejó alojar en una buhardilla varias noches. No había nada que hacer. No sé qué mierda la vida, hay que vivirla para saber que vale callampa y que todo lo que hagas por más que lo hagas bien, igual no tiene razón de ser porque a las finales igual nos vamos a morir y a convertir en polvo bien finito para que se vuele con cualquier viento que se atreva a soplar para olvidar. ¡Qué chucha! La tierra que tiembla como condenada. Gané plata y la gasté, pero aun así nunca tuve nada. La Carla se choreó de mí porque me encerraba en la buhardilla a escuchar como culeaba ella, según ella. Mentira. Yo no sabía qué hacer, era una cabra chica sin nada en el mundo, quise esconderme, pero la hueona que ya tenía el futuro asegurado me dijo un día: Tenis que hacer algo con tu vida, deja de meterte en la mía. Anda a la calle y hazte alguna hueá. Y déjate de sapear cuando me culeo a este hueón. Yo sé que metemos caleta de ruido, pero es que trato de matarlo de amor, o se sexo o de impresión. Si se muere me deja la casa y la vendo y me compro un camión de pasta y me la fumo hasta que me muera. Pero chucha no estoy casada. ¡Ya! Me caso hueona, pero tenis que irte de aquí ahora, el maricón desgraciado te tiene echao el ojo y capaz que se quiera casar contigo, ándate hueona, ¡Ándate conchetumare! ¡Vírate maraca conchetumare! La Carla se choreó de mí y me echó. Me fui. Tiempo después vi a la Carla pidiendo moneas en la plaza de armas. Creo que ella me vio, yo la vi, pero hubiese querido no verla. Estaba guatona y desastrada, tenía la cara hecha mierda, porque parece que le habían pegado. Andaba con la regla la hueona, pero parece que no se daba cuenta, porque estaba chorreada en todas sus piernas y hasta pegoteada. La vi y quise no verla. Ese mismo año, que fue en el verano cuando me escapé del hogar, en el otoño cuando chupé picos de diputados, en el invierno cuando me echó esta hueona de la Carla, fue en la primavera cuando conocí al Recaredo. El Recaredo me dijo que vio en las noticias a la Carla morir. No la vio en directo, no murió por un temblor porque en esos días apenas se movía la tierra, aunque todos siempre decían que estaban esperando el gran terremoto. Ese que cambiaría la geografía, ese que traería un gran tsumani, ese que despedazaría la faz de lo que conocemos como tierra. La Carla y su viejo o su viejo y la Carla. Llegaron las cámaras de televisión porque según los vecinos había una pareja peleando. No sé si es verdad. El Recaredo no miente en todo caso, dijo que la Carla planeó todo: quería ser famosa. Llamó a todos lados, se metió toda la droga que pudo y comenzó su show. En vivo y en directo transmitieron cómo ella enloquecía y acuchillaba al viejo con plata que se había garchao. Lo acuchilló, pero estaba tan loca que lo dejó como colador. Llegaron los pacos y cuando iban a tomarla presa se dieron cuenta que se había cortado las venas. Hueona. No sabía cortarse las venas, porque se hizo un tajo perpendicular y salió la sangre demasiado roja. Se murió de hueona. Mire que no saber cortarse las venas. Agonizó 36 horas. Sufrió más que la chucha. Pero no murió por cortarse, murió porque le pusieron unos medicamentos que eran contraindicados para las adictas. Las pasteras tienen cara y los tarados del centro médico no se dieron cuenta. ¿Cómo no cacharon? Ella se habría salvado. Pero a nadie le importó. Solo al Recaredo que vio todo por televisión y me contó. Entonces no fue a la Carla a la que vi pidiendo plata. Puta que se parecía. Nadie iba a reclamar, nadie iba a interponer una querella por negligencia. Igual fue bueno que se muriera, porque de viva la hubiesen condenado a perpetua por planear el asesinato de su viejo con plata. Fue en la primavera cuando conocí al Recaredo. Yo ya venía con el choro más abierto que la mina de Chuqui, me lo habían metido por todas partes. No es que me gustara, pero no me molestaba. De hecho, cuando dicen puta me siento identificada. Si hay que defender a una puta, la defiendo a muerte. La profesión más antigua del mundo, la mejor y la única: ser puta. Yo me inicié con los viejos a la salida del hogar, pero me perfeccioné después que murió la Carla. Nunca tuve cabrón, siempre me las vi por mí misma, y si me preguntasen hoy por qué me hice puta, no sabría realmente qué responder. ¿Por qué no fui al colegio? No sé. ¿Por qué no formé una familia? No sé ¿Por qué nunca tuve niuna hueá material? No sé. No recuerdo por qué, pero el día que conocí a Recaredo estaba sentada en la plaza con una gran sonrisa. Cagá de la risa, quizás estaba volada. Lo vi pasar y me llamó la atención lo apurado que iba. Vestido con un terno negro y llevando un maletín más negro aun. Nunca he sido buena para fijarme en hueás, pero me llamó la atención este tipo tan apurado, así que lo seguí con la mirada hasta que llegó a la esquina, y como estaba tan apurado, cruzó con rojo. En medio de la calle, ¡Paf! un furgón escolar pirata lo atropelló. Lo vi volar como si fuera un muñeco de trapo. Se desparramó completo el maletín con papeles que nunca más encontró. La gente se agolpó curiosa y yo seguía riéndome no sé de qué mierda. Pasaron dos horas y aparte de un par de pacos que se preocuparon más del tránsito que del atropellado, no llegó nadie más. Ni ambulancia, ni asistencia, nadie que viera al pobre atropellado. Yo observé hasta que la gente se aburrió de copuchar y el Recaredo se puso de pie por sus propios medios y se fue a echar al pasto. Entonces la gente ya no pensó que era un atropellado, era un mendigo o un delincuente o un drogadicto. Me acerqué entonces de pura curiosa, pues quizás se estaba muriendo. Grande fue mi sorpresa al ver que se estaba riendo. Le pregunté si le dolía algo. Me dijo que la guata de tanto reírse, que no se aguantaba porque el tipo del furgón escolar se había cagado ahí mismo, y que los papeles del maletín eran todas las deudas que debía pagar. Me dijo también que su atropello era una señal del destino, ¿no estoy muerto?, me preguntó ¿cierto? Es que parecías un ángel. Hedionda a cebolla, pero un ángel a fin de cuentas. No dijo nada más. Yo me acomodé a su lado y nos quedamos esa noche contemplando las estrellas. Dicen que las estrellas de este cielo son las más brillantes de todas las partes del mundo. Yo no sé, nunca he visto otras, aunque sé que son las mismas. Aquí es como que pierdo la memoria, pero es también cuando la vida se llenó de sensaciones nuevas y maravillosas. Maravillosas, jamás pensé que usaría una palabra así, pero me cuesta describir lo que comenzó a suceder desde que conocí a Recaredo. Se me quitaron las ganas de drogarme. Se me quitaron las ganas de ir a meterme con cualquier hueón. Quise apretarlo por siempre para que no se fuera. Y hasta sonreía en las mañanas al abrir los ojos. Gracias a Recaredo aprendí a escribir. En el colegio me enseñaron puras hueás. Recaredo le dio un sentido a mi escritura. Me enseñó a leer poesía. Me enseñó que la poesía no es solo letras. Me dijo que cuando me sintiera mal lo escribiera y luego lo quemara. Puta que sirve esa huea. Me dijo que había gente que era capaz de expresar en palabras exactamente lo que una estaba sintiendo. Me dio libros de ellos y me obligó a leerlos. Cuánto se lo agradezco. Él era capaz de estar toda una noche observándome desnuda sin tocarme y aun así excitarme al máximo. Él era capaz de saber mis más íntimos deseos sin preguntarme y de besarme con la mirada. Yo no le preguntaba nada, él tampoco a mí. Era como si hubiésemos nacido ese día del atropello a una vida completamente distinta. Ambos castos y puros. Ambos jóvenes y leales. Fueron dos meses de olernos la piel. Fueron dos meses nada más hasta que se fue. Un día sin decir nada, desapareció tan repentinamente como vino. Habíamos estado viviendo en la casa abandonada de Carla. La habíamos arreglado al menos para subsistir. Impedimos que la tomaran unos punks desalmados y convencimos a los vecinos de que yo era la hermana. Nos creyeron porque varios me habían visto anteriormente allí. Y de pronto Recaredo se fue. Él era el único capaz de hacer que la vida no me doliera tanto. Esperé dos días a que volviera y me lancé a ser puta otra vez. No sé por qué si no era rico que te lo metieran sin sentimientos, pensaba yo, que te hicieran mierda la zorra con pichulas gigantescas para nada, ¿para qué? Para un mísero billete que te permitía comprar mierda para comer. Esa hueá era, comprar mierda. A la casa ya no llegaba ni luz ni agua. Dejé de bañarme, dejé de comer. Pura mierda era esa vida nada más. No me explicaba por qué Recaredo se había ido. Tampoco me expliqué por qué llegó. Simplemente fue así, así que a la mierda todo y comencé a putear como nunca lo había hecho, a drogarme como degenerada, a no vivir para no sentir, a querer morirme sin el valor de matarme. La vida cobraba un sentido distinto entonces. Si ya había sentido algo bueno como el calor de Recaredo, ahora no tenerlo era síntoma de la decadencia total, de la depresión de mierda, daban ganas de lanzarse por la ventana del segundo piso y quebrar todos los cristales del ventanal para que se fueran a incrustar en todo mi cuerpo y me despertasen, y me despertasen y que él tiene que llegar y me despertara como lo hacía contándome historias, diciéndome palabras bonitas que yo no sabía que existían. Un día llegaron los pacos y me desalojaron de la casa de la Carla. Por más que yo dije que era mi prima, que era mi hermana, que era familiar, los pacos querían algún papel que yo no tenía, y vinieron con cuática y me sacaron a la fuerza. Todos los vecinos se agolparon a mirar cómo yo forcejeaba con los pacos culiaos, me golpeaban y yo trataba de librarme de ellos y me trataban de mierda y de hueona y de puta y de allegada y de vagabunda y de la calle, y váyanse a la chucha, me fui de ahí, me fui a los cerros porque esta casa era de bien, y estaba ubicada en un barrio de gente bonita decían. La Carla era puta, pero era pilla. Se agarró a un viejo viudo de plata con varios bienes en un barrio bien para tener una linda vida donde todos fueran felices comiendo perdices. No le resultó, No sé qué se necesita para ser feliz. Me fui caminando para que las calles se fueran llenando de basura, los muros se fueran pintando de bobadas, las alcantarillas se fueran llenando de mierda y sabía que me acercaba más a lo que yo soy. Venían perros callejeros a lamerme las manos. Venían papeles sucios volando a escabullirse entre mis piernas y cuando vi una plaza llena de basura con el pasto seco y los columpios destruidos, supe que estaba en un buen lugar para mí. Aquí en el norte no llueve nunca, pero esa noche llovió. Era principios de diciembre, fines de la primavera y se vino una de esas lluvias que te la encargo. Las calles se volvieron barriales, las casas se llovieron enteras porque no tienen techo, y la vida se volvió viscosa completamente. No había dónde estar. Todo era confuso. El cerro se desgajaba como si fuese un chocolate al calor y se caía, la gente salió a las calles para salvarse, pero les sirvió solo para ver cómo era que la naturaleza se encargaba de poner todo en su sitio. A mí me mojó y me dejó aquí para siempre. Me fui corriendo a buscar refugio, pero nada podía serlo porque todo se bañaba esa noche. Imaginaba con inocencia cómo sería haber estado en la casa de la Carla. Haber mirado por las ventanas y haber dicho: Oh cómo me encanta la lluvia, oh qué bueno es que llueva en este norte tan seco, que así se van a regar hasta la raíces más duras. Me fui a buscar refugio y solo encontré en una quebrada que había unas frazadas enrolladas por el agua y que parecían un cojín. Había sido tanto trajín el estar en esa casa desolada, el ser echada como perra, el buscar dónde cobijarme, el encontrar algo, ya mi alma simplemente estaba echa una mierda, que solo fue que me dejé caer sobre las frazadas embarradas y ahí quedé, ahí quedé hasta que dejó de llover y como si nada se me abrieron las piernas como cuando estoy en faena, pero nadie estaba, no había nadie. Sucede que caí en una caleta. La lluvia paró y salió el sol y todo volvió a ser como siempre ha sido. Si me hubiese puesto a observar hubiese visto quizás, el amanecer más esplendoroso de toda la historia de la humanidad. Nadie vio en todo caso, porque todos estaban arreglando sus vidas después de la lluvia. Yo estaba empapada. No quise moverme, menos cuando vi al jefe de la caleta que me miraba con sus ojos lascivos. ¿De dónde saliste vo conchetumare? ¿Vo creí que esta hueá es hotel maraca de mierda? Ya pasó la lluvia, así que podis virarte perra reculiá. Pensé: péguenme, péguenme, viólenme viólenme, hagan lo que sea, yo solo quiero descansar de una vida que no elegí, que me llegó, así que si van a sacarme la chucha, háganlo ahora y con fuerza para saber que el dolor es verdadero, es verdadero. Nadie me pegó, me dijeron que me acurrucara que siempre da lo mismo, que ya no llovía, que en la quebrada es normal que caiga basura, pero que con la lluvia se había limpiado todo, podía quedarme, podía dormir, no era noche y las nubes proveían de una temperatura ideal para descansar. ¿Y si sueño ahora que me muero, moriré de verdad? Me quedé como por dos semanas en la caleta. Debo haber visto a todos los tipos humanos en ese lugar. No recuerdo sus nombres solo el timbre de sus voces. Eran hombres, mujeres, niños, adolescentes, de todo, que divagaban día y noche, se drogaban con fuerza y luego dormían no queriendo despertar jamás. Todos dormían en la caleta y se cuidaban mutuamente. A veces en las noches se culeaban bajo las frazadas sucias y se manoseaban con todos sus jugos para despertarse pegados en la mañana. Era su forma de amar. Yo solo estaba de paso, pero tal vez me quedé más de la cuenta, incluso dormí ahí más que un miembro permanente. El de la voz más grave era el jefe y todo lo que decía los demás hacían. Todo tenía que ver con construir la caleta. Que levantar unos palos por si llueve, que hay que buscar ropa de guagua para la guagua de la Marlén, que era una niña de unos doce o trece años, que hay que traer frazadas para cambiar las embarradas. Nada se relacionaba con comida. Yo llevaba un rato ahí, así que me estaba cagando de hambre. Como no había quien se pronunciase con comida, decidí llevarla yo. Y de paso con la plata del puteo me compré dos paquetes de donasep para convidarle uno a alguna de las cabras chicas que andaba manchando. Creí que la hacía de oro, pero cuando me aparecí con los dos kilos de pan y el jamón del caro oloroso, y la mantequilla de Chiloé (esa hueá queda a como 2000 kilómetros de acá), grande fue mi sorpresa porque todos me miraron con cara de pico. El de la voz más grave se levantó de la pila de mierda en que estaba sumergido y me dijo que para qué traía ese tipo de hueás, que ellos no comían, que trajera pegamento, que trajera un copete, unos güiros o cualquier mierda para la mente, que eso no estaba permitido, y que las mierda de donasep me las metiera por la raja, porque en esta caleta no se usan esas hueás. Me agarró las bolsas y las lanzó por la quebrada. Me quedó mirando con cara de desquiciado y le dijo a unos pendejos hediondos que me encerraran en el baño químico. Cierto, era un baño químico que habían olvidado o que se había venido con las lluvias. Era el único lugar donde podían encerrar a alguien, y la hueá estaba más putrefacta que la remisma mierda. Por todas partes chorreado con mojones y diarreas de días, de semanas, que expelían un olor a mierda destruida, una hueá indescriptible. Lo peor es que una no se podía ni sentar, porque donde mirases con la poca luz que había, había mierda. Así que me quedé parada como dos días, cagada de hambre, bebiendo el poco de agua tibia que le quedaba a la llave del baño y gritándole cada diez minutos al hueón de la voz grave que me sacara, que me sacara por favor. Yo creo que me morí esa vez. Varias veces he sentido que me muero. Varias veces en el sueño he sentido que dejo esta vida. No es algo placentero, ni tampoco feliz. Siempre he creído que morirme sería el verdadero estado porque la diferencia no debe ser mucha. Vivir, morir, vivir, morir, tal vez estando muerta de verdad viva, porque ahora viva siento que a lo mejor estoy muerta ¡Qué chucha! Son de esas cosas inexplicables que suceden porque tienen que suceder. Mientras estaba a punto de quedarme dormida escuché entre las voces que hablaban puras huevadas, una voz un tanto familiar. Después de un rato escuchando a estos pasteros, ya era capaz de saber quién decía qué hueá, y esta voz era distinta, de hecho era una voz que me reconfortaba y desde siempre había sido la única voz que escuchaba. Era Recaredo. Podía estar casi segura. No podían ser alucinaciones. Era él. Grité y grité su nombre ahueonao, hasta que alguien llegó a la puerta del baño y la abrió de una patada. Deben haber sido como las doce del día porque el sol brillaba como condenado. Vi la cara de este hueón del Recaredo, él sonrió y ahí mismo me desmayé y me meé. Cuando desperté estaba cagada de hambre. Alguien había traído unos completos y me esperaban. De los que recuerdo estaban todos mirándome cómo despertaba, el Recaredo se fumaba uno de marihuana y decía que los completos eran pal bajón, si quería me comía uno o dos o tres o los que quisiera. Se alegraba que estuviera bien y que al Maxi culiao lo había mandado a limpiar el baño químico por saco e hueas, por conchetumare, por maricón reculiao, que cómo se le había ocurrido encerrar a la única que sabe estrellar las estrellas, a la única que ha buscado en las palabras el sentido escondido que no se muestra a nadie, a la única que tiene olor a tierra con cerezas, a la de los ojos grises, del cabello siempre ondeado, de las costillas dispares y los pelos en el dedo meñique; a la que sabe cuándo hay que quitar las manos, a la que le falta la mitad de los dientes, pero que sabe disimularlo tan bien, a la piel de barniz, a la piel de cera, a la piel de barro y espuma pegada como si quisiera bañarse eternamente para sacarse el olor a gente, porque no es gente; esa de las mejillas rojas, la tierna y perra a la vez, que muerde con sangre, que inhala polvo y exuda ternura, muera, muera el alma de tenerte, dulce dulce del desierto, aporreada como toda vida, pero más aporreada por ser puta. El Recaredo era ahora (o siempre fue) el jefe de esa caleta. Fue antes del año nuevo cuando comenzaron los temblores fuertes. Dicen que siempre tiembla, pero que no los sentimos. Estamos preocupados de vivir nomás y casi todos pasan desapercibidos, pero nos llenan de energía. El Recaredo decía que tenía una explicación para el carácter de todos nosotros los que habitamos este país. Decía que toda la energía liberada en los temblores se iba a meter en la sangre. Y que por eso somos explosivos y buenos para la guerra. Por eso ganamos este territorio que antes era de otro país. Porque somos mocheros, pendencieros y matones, somos unos cabrones de mierda que dejamos sin mar a los altiplánicos. A pura chupilca del diablo espantamos a miles en la guerra y hoy pagamos el sueldo al país completo con la riqueza del cobre que se saca de esta tierra. Y aquí mismo en esta ciudad de mierda la gente se ha llenado de dinero, de malls, de heladerías y de farmacias. Todos los hueones se compran las tremendas camionetas y las teles gigantescas que parecen espejos, van con las billeteras llenas y manejan curaos y me agarran a la pasada, y se las chupo con asco, y llegan donde la señora que les reclama porque lo tienen tan chico, entonces ellos les dan sus billeteras y ellas se compran de todo, se agarran a los jardineros, a los técnicos y hasta a los estudiantes que de seguro la tendrán chica, pero al menos parada la huea. Estos otros hueones no, a algunos apenas se la toco y apenas se para la cagá y ya se fueron cortados. Hueones pencas las medias camionetas, no sirvió de nada la guerra si ahora son tan pencas, que pasan metidos en la farmacia. Si te duele la cabeza, te llenai de pastillas, después te duele la guata y el antiácido, y si te ponis nervioso el antidepresivo, y si no se te para el viagra, y vamos metiendo hueás. Después si no hacen efecto le damos con la pasta, con la coca, con las pastillas y va quedando más la cagá, le sacai la chucha a tu señora, te separai, ¿y qué mierda los temblores? ¿A dónde se va la energía? Algunos matan a sus mujeres porque ya no pueden tenerlas, otros las torturan, otros torturan a los hijos. Pero tienen plata los hueones. Nadie se entera. A mí me cuentan de repente, y varios hueones me han pegado. ¡Me han sacado la chucha! Pero lo chistoso es que mientras me pegaban o me violaban o me lo metían por el poto, decían el nombre de sus señoras. Y a veces yo me cagaba de la risa porque estaban más pitiaos que yo, y los pobres saco de hueas se sentían intimidados y era mejor que si decía que me dolía o me ponía a llorar o a hacer escándalo, porque dejaban de pegarme y se iban pa dentro, como que se pasmaban, y yo riéndome de la situación, de ellos, de sus pastillas, de sus patéticas vidas, del cobre de mierda y de la grandeza de los temblores. Antes del año nuevo fue una época tranquila. Vivíamos en la caleta, yo casi no puteaba y me acurrucaba con el Recaredo. Los cabros se consiguieron una guitarra y en las noches cantábamos cualquier hueá. Había un carrito cerca donde una señora con las manos arrugadas nos preparaba los mejores completos bañados en mayonesa, unas precisas papas fritas rebosantes de aceite, unos churrascos luco con el queso chorreando, los mejores ave palta que al apretarlos te dejaban los dedos llenos de esa palta fibrosa del sur, puta que hacía ricos los sanguches esa viejita, y cada vez que los entregaba daba una sonrisa. Solo cuando los entregaba, pues el resto del tiempo estaba concentrada en cómo meterle grasa a sus preparaciones. Una noche esperábamos un par de dinámicos con salsa verde y chucrut y americana y mayo casera cuando se vino uno de los temblores más fuertes. Hasta se le dio vuelta el frasco gigante donde almacenaba la mayonesa casera. La señora ni se escandalizó. Simplemente se dedicó a observar cómo el río de mayonesa avanzaba cerro abajo. Recaredo que solía no sentir los temblores, tan solo el efecto que producían en las personas, me apretó al cintura y me dijo que se venía uno más fuerte, vamos a culiar por si nos morimos. Esa noche parece que era la pascua porque estaban las calles llenas de cabros chicos hueviando con juguetes nuevos y reventando petardos y fuegos artificiales como mandados a hacer las cagás chicas. Nos comimos los completos sentados en los columpios, observando el desierto nocturno que se veía más prendido que de costumbre como si las estrellas lo estuvieran iluminando para que lo viéramos por si se derrumbaba. Después me dijo que tenía plata para un motel. Yo entraba a esas hueas a puro trabajar, de seguro me reconocerían en la entrada. Esa vez me importaba mucho. Son pocas las cosas que alguna vez me han importado, pero Recaredo ha sido tan bueno conmigo. No, esa sensación no era amor. Esa mierda no existe. Era calentura mezclada con amabilidad y champú. Rico olor, caricias y meterlo y sacarlo sin condón. La cagué con Recaredo, Con todos los hueones de la clientela siempre les exijo condón, pero a veces he estado tan borrada que puede ser que uno se saliera o el hueón me haya hecho lesa. Y a Recaredo debía ser sin condón, pero que no me reconocieran en la entrada, para que no lo catalogaran a él como cliente. Iba vestida normal, quizás debí ir de princesa para él, vestida de rosas aunque no me bañara en semanas. Naufragada en mi aroma nomás me envolví en mi pelo y Recaredo pagó. Era el 2020, uno famoso y lleno de luces de neón. Estaba en pleno centro bajando de los cerros, donde las calles ya tienen nombre y la gente camina no escapando de nada. Ya había estado ahí varias veces. Caminamos tomados de la mano hasta que abrieron la puerta de la habitación. Luego me soltó. Pensé que sería una sesión más como muchas habían sido con esos cientos de rostros anónimos y babosos, esas barbas ásperas y esos alientos a caca. Sacarme la ropa, esperar que me la metiera, gemir para que el hueón pensara que lo hacía bien y luego limpiarme sus excreciones. Como que las piernas se me abrían automáticamente. Sin embargo, Recaredo fue delicado. Me besó. No le importó mis labios partidos. Me besó. Fue gentil con sus labios y sus ganas. Luego esperó, dejó que recorriese la habitación. Eso era terreno conocido. Me dijo que quería bañarse, beber algo, conversar, ¿qué mierda era eso? Me recordó a un cliente. Feo recordar, pero no tenía opción, porque él hacía lo mismo, pero no por caballero como Recaredo, sino que trataba de ganar tiempo para obtener una erección. Era muy joven. Generalmente mis clientes son de 35 para arriba, pero él tenía a lo más 20. Yo también, pero claramente yo me veía más carreteada que la chucha al lado de él, porque él era deportista. Y tal vez se gastaba toda la energía en entrenar y meter goles, ya que cuando llegaba acá no se le paraba. Así de simple. Lleno de juventud, lleno de energía, era el mejor de su generación con un futuro promisorio y no podía elevar la tula para darse un revolcón. Así que conversaba, escuchábamos música, comíamos como chanchos y luego me chupaba las tetas y se quedaba dormido con la lengua en un pezón. Así fue siempre. Me buscaba en las esquinas como desesperado, como si estuviera caliente, y nada, llegábamos y nada. Este romance entre la puta y el futbolista duró como dos meses. Yo gané plata sin prestar el poto siquiera, hasta me estaba sintiendo culpable de eso y me fumaba unos monos para que no me diera risa sino angustia la situación. Hasta que un día yo pensé que por fin se le iba a parar e iba a cobrar toda la plata acumulada con una cacha monumental. Llegó con el uniforme de futbolista y hasta sudado venía. Pero eran sus ojos. Quería llorar, quería decirme algo. En la misma habitación donde después llegaría con Recaredo, me saqué la blusita y luego desabroché el sostén a ver si se motivaba, pero eso solo hizo que sus ojos finalmente expulsaran lágrimas. Lloraba como niño (sí, lo era) y me decía que le habían ofrecido un contrato en el extranjero, que habían venido unos tipos que se llaman veedores a verlo jugar y que pensaban que tenía un gran futuro si se aplicaba, si era disciplinado. Que se lo iban a llevar a un club de Europa, y que después de un tiempo si funcionaba le ofrecerían un contrato y un departamento con vista al mar que hay allá que se llamaba Mediterráneo. Él quería irse, pero quería llevarme con él. Yo le dije que lo nuestro era solo negocios, que yo era una puta y que él tenía un gran futuro. A lo mejor se encontraba con una mina que le partiese las hormonas y por fin lograba parar el pico, que yo no me movía de aquí, que no lo quería. Eso le dolió. Me preguntó si no lo quería porque era un impotente. A lo mejor le gustaban los hombres, pensé. No era eso. Yo soy puta hueón, ¿cómo te vai a llevar a una puta a Europa solo porque sabe que no se te para y te gusta chuparle las tetas? Y además no creo que haya pasta allá por la chucha. Creo que el saco de hueás se enamoró de mí. Y era tan pendejo que pensaba que debía depender de las emociones para avanzar. No cabrito. Lo mandé a la chucha. Pobre hueón, ese sí que estaba cagao del mate. Meses después me enteré de que se fue a Europa, de que lo contrataron, de que tuvo su departamento mediterráneo, de que tenía un romance con una modelo... yo miraba a la hueona y se parecía a mí. Teníamos los mismos ojos, el mismo pelo, el mismo talle de sostén. Ojalá que la hueona rica lo tratase bien. Ojalá que el huéon hubiese sacado una pichula colosal y se la hubiese encrustado a la hueona de placer para que no fuese tan terrible ser famoso. Ojalá le hubiese volao el choro. Después este futbolista se hizo más famoso y más famoso, lo citaron a la selección y empezó a ganar millones, metió goles, metió goles y la gente empezó a comprar pósteres de él y a pegarlos como si fuera un santo al que pedirle favores. Puta el huéon famoso. Y puta que ganó plata. Nunca tuve tele, pero cuando lo veía en las de las vitrinas o las fuentes de soda, si su mirada se desviaba a la cámara, parecía como que me estaba mirando y yo sentía un escozor en las tetas. Son pocas las cosas que me alegran, pero que le fuera bien, que metiera goles por la selección, que la gente lo idolatrara, me alegraba mucho, que hasta parecía loca riéndome sola en la calle. El recuerdo fue apenas un segundo y Recaredo me abrazo por detrás enlazando mi vientre y apegando su barbilla en mi hombro. Esta huea parecía película. Pero una buena película, no una porno. Ojalá hubiese sido así. Yo me habría comprado el caset y la hubiese repetido una y mil veces. Me habría quedado mirándola tanto que hasta el color hubiera perdido. Así como las volás con pasta en donde se te pierde el olfato. Es terrible esa hueá. O que se te pierda el gusto o el escuchar. Yo me desesperaba. Una vez había estado fumando como una semana. Lo único que hacía era pararme en una esquina, esperar un auto, subirme sin que me dijeran nada, cerrar los ojos, abrir la boca, abrir las piernas, jadear, jadear como un maldito animal y estirar la mano para recibir el billete que ni miraba, solo esperaba que el hueón se detuviera en alguna parte y yo partía corriendo a comprarle a cualquier mierda que anduviese por ahí vendiendo. Generalmente eran cabros chicos que se escondían en la raja los papelillos. Hediondos a mierda me daban lo mismo. Los vaciaba en mi pipa y quemándome los dedos aspiraba y me dejaba caer en cualquier parte. Me reía sola, eructaba un poco, imaginaba cualquier estupidez, me reía un poquito más y no sé cuánto rato pasaba, pero se me empezaba a resecar la lengua y una sensación de escalofrío recorría todo mi cuerpo y se salía, y volvía como una culebra. Me daban ganas de hablar mucho con alguien que no existía, quería hablar con todo el mundo y decirle todo a todos todo con fuerza como gritando. No me daban ganas de culear, en realidad, no sé si alguna vez las tuve, pero era la única manera de conseguir dinero. Así que después de todo, me iba a parar a la esquina, me iba a parar a la maldita esquina otra vez, y era esa época que no sé ni cuando fue, que yo empecé a sentir que me faltaban los sentidos. Primero fue el olfato, y fue cuático porque andaba no sé por qué chucha hueviando en el mall nuevo que abrieron en el centro. No sé cómo mierda llegué ahí. Y después de comprarle un par de sopaipillas a una señora afuera del recinto de mall, -que deben haber sido los primeros restos de comida sólida que adentraba en mi organismo en días- me fui caminando por donde van todos en hilera como hueones hasta en paso marcial dirigiéndose a las luces. Me gustaba pasearme por fuera y hacer que las puertas automáticas se abrieran una y otra vez, porque de adentro venía una mezcla de todos los perfumes que vendían y puta que era rico olerlos. Era como el olor del mall, rica la hueá, y algo de plástico y un poco de basura y otro de fritura. Me gustaba quedarme oliendo esa mezcla de aromas. Pero ese día, simplemente no olí nada. A lo mejor los hueones no tenían nadie a quién ofrecerle: no era el día de la madre, ni el día del amor, ni el día del pico ni nada. Simplemente los hueones no tenían nada que ofrecer ni que vender ni que freír. Ya habían freído todo. No olía nada. Pero ahí estaban todos, reunidos en esas cagás de palacios llenos de luces de cosas ricas de familias felices de gente comprando de mierda a fin de cuentas, y yo no olía nada. Me acerqué a la sección de perfumes y no habré llegado ni al calvin klein cuando un par de guardias me agarró por la espalda como si yo fuera mechera. Luego reconocí a uno que había sido un cliente, era de los giles que les gusta con cuática y que lo llamara como mujer y le apretara los cocos, tan fuerte me agarró que se me rajó la blusita bonita que me había puesto para lucir. Una vez afuera de la tienda comenzaron a apretarme con fuerza y cuando llegamos a los estacionamientos me tiraron al suelo. Yo miré fijamente a los ojos al cuático y pude ver que sabía todo y que no me dejaría hablar. Me dio una patada en la boca, el otro en las costillas, y sacaron las lumas y como yo me puse en posición fetal, me golpearon la espalda y los riñones y las costillas más veces. Yo sentía súper caliente la boca y adentro del cuerpo como que me estaba inundando. Cuando dejaron de sacarme la chucha, levanté la mirada para cachar si se habían ido porque no se escuchaba nada, además, si ya había perdido el olfato, lo único que me faltaba es que con tanto palo hubiese perdido también el oído. Miré al par de hueones y tenían una cara de horror. Decían que se les había pasado la mano, que la cagaron, que había cámaras filmando. No sé cómo me paré, debe haber sido que tenía cada fibra del cuerpo tan llena de pasta que hasta el dolor físico me era ajeno y les dije: Puta que son hueones los culiaos.
Desperté como dos semanas después en un hospital. Ya no me dolía nada, pero había perdido el gusto, el olfato y me costaba enfocar la mirada. Una enfermera muy simpática me dijo que después del accidente me habían llevado ahí, que habían intentado contactarse con mi familia, pero que no habían tenido suerte. Claro, si en el infierno no hay teléfono, le dije, pero mi voz sonaba extraña. Deberían haber dejado que me muriera, le dije, ahora voy a tener que volver a putear para vivir. Ella me dijo también que mi sangre estaba tan intoxicada que tuvieron que hacerme transfusiones. Como los vampiros, le dije, por eso que ahora ya no me molesta tanto el sol. Le pregunté si ya podía irme. Me dijo que eso lo decidía el Doctor, que a la tarde pasaba y él daba la orden. Después ella comenzó a contarme todo lo que había sucedido mientras yo estaba dormida. Puras hueas. Que el presidente había hecho tal cosa, que había estado temblando tan fuerte, que la gente estaba espirituada, que la selección le había ganado no sé a qué potencia mundial con dos goles del susodicho. No se le para, le dije. Ella río de buena gana. En la tarde llegó el famoso doctor, que más parecía paco. Me examinó en pelota y me dijo que cómo era posible que no hubiese nadie que pudiera cuidarme. Yo le dije que me cuidaba sola. Mandó a la enfermera fuera de la sala y comenzó a hablarme con más confianza. Una niña tan linda como tú no puede estar sola en el mundo. Pensé que no estaba sola, que tenía al Recaredo y a los cabros de la caleta, pero no le iba a decir eso a este doctor que se había acercado más de lo habitual. Luego me puso sus manos en mis piernas y me dijo que él podía cuidarme por mientras. Que vivía solo en un departamento grande frente al mar, bromeó con la posibilidad de que viniera un gran terremoto un gran maremoto y él vivía en el piso 23, nada podría pasar, me dijo, la ola no llega tan alto. Podía dormir en una cama, mientras me reponía, podía comer cosas calientitas y sabrosas. No lo pensé mucho y le dije que me iría con él. Se veía buena persona, era doctor y según yo sé los doctores ayudan a la gente, son de respeto, aparte qué más me podía pasar, si tenía que prestarle el poto, me daba lo mismo. Me dijo: ya, vamos a darte el alta y en la tarde te vengo a buscar. Yo me di vuelta y me quedé mirando a través de una ventana donde se veía el cielo azul nada más.
Hubiese sido bacán quedarse con el doctorcito, porque se notaba que tenía buenas intenciones conmigo, ya que solo quería ayudarme. Llegamos al departamento que era gigantesco y blanco como un pabellón. Yo me acomodé en una cama desde la que se veía el mar en su esplendor. Hubiese sido bueno quedarme la vida entera en ese lugar. Por la mañana me llevaba cosas ricas: un jugo de naranja que él mismo exprimía, huevos revueltos, café, leche humeante, jamón y pan amasado. Luego se iba a la consulta. Yo podría haberme robado todo si quería. Volvía en la tarde y yo seguía impávida mirando el horizonte. Se encargaba ahora de preparar la cena. Le gustaba hacer carnes de todo tipo. Tenía una parrilla a gas que sacaba por el balcón y bebiendo unas copas de vino me contaba su día en el hospital mientras la carne se asaba. Yo no entendía nada. Me quedaba mirando como la carne roja iba cambiando su color y el jugo se convertía en vapor. Luego me la comía sin saborearla, quizás para después no tener que acordarme de lo rica que hubiese sido. Al principio me trató con mucha delicadeza, pero poco a poco sus manos se fueron acercando, ásperas apretaban cada vez más en cada contacto y como que quería abrazarme, pero no sabía cómo. Yo me hacía la hueona no más. Los hombres son así, pero este doctor que con la plata que tenía podría haber tenido a la mina más rica y no tan cagá del mate como yo. Me hacía la hueona quizás porque el café era tan rico, porque la vista era espectacular o porque de verdad necesitaba estar aquí como en el cielo por un rato. No lo sé. Podría haberme quedado para siempre. El doctor se puso cariñoso y yo me dejé querer. Me gustaba bañarme en la tina con burbujas. Era buen amante el doctor, tenía plata, vivía en las nubes y parece que me quería o al menos le gustaba. Ya no me olían a pino de empanada los sobacos y la ropa estaba limpia. No tenía cayos en los pies, pues apenas caminaba, la piel se me puso suave y el pelo como algodón. Culeamos harto con el doctor. Se notaba que él estaba contento, así que antes de que se enamorara o se pusiera más contento, como era buena gente, no quise hacerlo sufrir. Lo dejé irse una mañana y le di un beso con sabor a jamón caro. Luego tomé todas mis cosas y las metí en una bolsa. Le dejé todo lo que me había comprado. Esa ropa bonita y de marca, los perfumes y esas hueás de anillos y collares que más pesaban que lo que decoraban. Para que entendiera y tal vez me odiara, me llevé algunas cosas de valor como su pantalla de colores portátil y un fajo de billetes que guardaba bajo el colchón. Miré por última vez el paisaje hermoso del mar y el horizonte 23 y me fui.
Me fui corriendo por la costanera hasta donde se iniciaba la calle que subía a los cerros, ese lugar donde siempre me paraba a putear. Miré el mar sin saber que sería la última vez que lo vería de día. No sé cuánto rato estuve mirando el mar. Fue como sorberlo y me fui caminando hacia arriba. Cuando sentí esa fatiga que se apodera de las extremidades al subir una cuesta, me dieron de pronto ganas de volver. En el piso 23 era todo tan sencillo, pero no sé por qué seguí subiendo, subiendo hasta casi llegar a la caleta cuando se vino un temblor de los que te encargo. El ruido fue ensordecedor. Como ya me temblaban las cañuelas por ir subiendo, el moverse de la tierra tan fuerte simplemente me lanzó al suelo. Me saqué la chucha y me rasmillé las rodillas. Se escuchaba como si los cerros se estuvieran desplomando. Y fue larga la hueá. Ya estaba anocheciendo. Mucha gente a mí alrededor pasó corriendo como si se acabara el mundo, pero no era para tanto. Al ratito sonaron las alarmas de alerta de tsunami. Había habido otros temblores fuertes, pero no las habían hecho sonar. Este fue fuerte, pero no daba para terremoto. Seguí subiendo por las calles de tierra hasta que llegué a la quebrada donde estaba la caleta. Me pareció todo tan sucio. No lo recordaba así, o era que simplemente no lo recordaba. Sentí olor a cuete y a cigarro, olor a pasto quemado y a mojones, a pichí y a otras hueás pegajosas. El olor se diluía, y parecía como si fuese la última vez que fuese a ocupar ese sentido, aunque yo sabía que estaba plagado de olores por todas partes. Me acerqué y de solo ver a Recaredo que estaba tocando una guitarra, me hizo sentir bien por dentro. No como estar en la tina llena de agua calientita, no como ver el horizonte, no como el jamón y el pan amasado y el jugo de naranja, sino que bien que hasta me reí sola antes de que me vieran los hueones. Recaredo soltó la guitarra y lo que estaba cantando lo rimó con mi nombre. Se paró, me abrazó sin reír, solo dijo que olía muy rico. El abrazo fue el más fuerte que he recordado. Me senté en la fogata. Recaredo estaba contento y cantó toda la noche. Les pregunté por el temblor y me dijeron que ni lo habían sentido. Tomaban vino en caja, lo cantaban y hasta lo bailaron. Como estaban tan contentos les quise alegrar más, mostrándole el fajo de billetes que me había robado. Saqué un poquito y se lo di a los culeaos. No querían creerla. Recaredo me dijo que lo guardara mejor. Cuando comenzó a amanecer estaban todos tan contentos que todos quedaron borrados de tanto chupar. Fueron cayendo de a poco. Recaredo estaba más doblado que la chucha, pero tenía consciencia de mí, así que me indicó que nos durmiéramos abrazados antes de que saliera el sol. Yo me acurruqué con él y antes de quedarme dormida no oliendo su tufo y ni sus ropas ahumadas, entendí que estaba perdiendo el sentido del gusto también, entendí por qué había vuelto a la caleta, por qué estaba con Recaredo, por qué era una puta, y lo más importante, por qué mierda estoy escribiendo está hueá de historia.
¿Por qué volví a la caleta?
Esta hueá es cuática, pero con cuática cuántica. Escuché esa palabra la otra vez y me dejó marcando ocupado. Yo desde que tengo memoria que he querido entender esta vida y la razón de ser y tal vez comprender por qué respiramos y por qué la gente se va a la chucha, y de verdad esto de pensar demasiado a una como que la vuelve medio loca, y da una desesperación de no saber lo que es cierto y lo que puede llegar a ser cierto y lo desconocido y las posibilidades. A dios no lo meto en esta hueá, porque desde siempre he estado enojada con él.
Así que un día cuando estábamos en la caleta le dije a Recaredo lo que pensaba. Me miró como si hubiese estado despertando de un gran sueño y algo así como un espíritu de sabiduría lo poseyó. Yo creo que él fue alguien importante en su vida pasada: un filósofo, un profesor, un político, alguien que utilizaba muy bien las palabras, y que por alguna razón se fue a vivir a la calle. Algo le pasó además del copete, algo que lo volvió salvaje.
Me dijo que él había buscado la misma respuesta antes, que había estudiado mucho, que antes de los computadores y todas esas hueás brillantes, la gente buscaba la información en las bibliotecas. Hoy ya casi ni quedan. Yo nunca entré a una, pero según Recaredo eran lugares donde uno podía perderse y encontrarse múltiples veces, vivir años en ellas y hasta alimentarse de su aroma. Recaredo nació en el sur austral. Se vino acercando al norte año a año porque odiaba el frío. Cuando tuvo edad suficiente se fue a estudiar a la capital y de ahí siguió subiendo hasta llegar a esta región donde estaba el dinero. Yo creo que estudió política y fue político. Yo habría votado por él porque cuando habla en serio habla rebonito. Y se enoja cuando se refiere a los senadores y diputados que no hacen nada. Dice que este mundo está podrido y que él no va participar de la mierda. No sabe para qué hemos evolucionado tanto, hemos creado tanto, hemos hecho tantas maravillas si al final lo vamos a destruir todo, nos vamos a odiar entre todos, vamos a segregar, vamos a discriminar y que todo se ve hermoso con una cruz enfrente, que todo se ve hermoso con eslóganes fraternales, que todo se ve hermoso en la televisión, pero no le da a la humanidad más de veinte años de vida más, así como vamos no. Y a nuestro país, cree que va a quedar la cagá pronto. Se va a armar una guerra. No sabe si entre nosotros mismos o con los vecinos, pero toda la energía que han liberado los terremotos y sobre todo, estas hueás de temblores continuos últimamente, no va a desaparecer así como así, no, se va a meter en las venas y somos tan hueones que no sabemos botarla. No hacemos ejercicio, no corremos, nuestros deportistas son puros pajeros, la mierda es que se viene la guerra con los vecinos, Y Recaredo prefiere estar volao en una esquina viendo como caen los misiles que enlistado en un ejército para defender la patria. La patria vale callampa para Recaredo porque según él nunca entendimos el mensaje de sabios como Bolivar y paramos palos para hacer fronteras y después pelearnos por ellas. Somos todos los americanos unos reverendos sacos de hueas, según Recaredo. Yo pienso parecido, aunque yo extendería eso a la humanidad completa. Me pone ejemplos que no es posible encontrarle algo incorrecto, siempre tiene la razón. Me dice que le mencione cualquier cosa que me llame la atención de la sociedad. Yo le digo lo de la planta de chanchos que pusieron en el pueblo ese con nombre de animal. ¿Qué pasó? Que la volvieron a abrir y hoy produce el doble y es doblemente hedionda, la gente se acostumbró a vivir con olor a caca. Sucede que todo el pueblo reclamó porque instalaron la planta de procesamiento de cerdos en ese lugar. Había miles de cerdos, tantos que si una dividía alcanzaba para comer carne de cerdo diariamente a cada paisano durante diez años. Yo pensé que no era negocio, hasta que el Recaredo me explicó que esos cerditos no eran para nosotros, eran para los chinos. Que a los chinos sus leyes ambientales no les permitían hacer el negocio que acá sí, y les salía más barato venir a contaminar acá. Yo entendía. Hubo grandes protestas por los chanchos y cerraron la planta, pero llegaron con más plata y las protestas se acabaron, la gente quedó contenta y la mierda siguió oliendo igual o peor, pero con plata todo es posible. Algo parecido pasó con la central eléctrica que producía luz con carbón. La instalaron en un santuario de la naturaleza y cuando estaba quedando la cagada los ambientalistas protestaron, salió y en la tele y pusieron lienzos con leyendas esperanzadoras. Se fue la tele, mojaron a los habitantes de los pueblos cercanos y todos los pingüinos, los delfines y los peces se murieron para siempre en ese lugar. La droga, sí Recaredo, la droga nadie la combate, la delincuencia, el transporte público, la educación, la corrupción, las coimas, toda la hueá, toda la hueá. Él dice que durante bastante tiempo tuvo fe en la sociedad. Se educó con dificultades. Lo primero fue irse a un internado y no ver a su familia. Del internado a la universidad en la capital. Si no hubiese sido el mejor de su clase, hubiese tenido que pagar una millonada. Muchos de sus compañeros quedaron en el camino por no tener plata o porque no calzaban con el sistema educacional. Metidos en una sala reproduciendo las rutinas de una fábrica, poco futuro tenían si aspiraban a ser más que eso. Como no calzaban en el sistema educacional, los expulsaron y tuvieron que ver la forma de no convertirse en antisociales. Eso explica muy bien Recaredo, las oportunidades solo se dan a unos pocos y a los ricos les conviene que sea así, a los ricos les conviene que haya pobres, que alguien les barra su vereda, les corte sus césped. A los ricos les encanta que los pobres no sepan leer bien y que les encante la televisión y odien los libros. Que su panorama sea ver el programa luminoso y no el luminoso escrito, que haya gente que no sepa nada y quiera saber menos, que haya drogadictos, que se venda droga. A todos ellos les encanta que haya gente como yo, que sea tan barato comprar copete y pitos y cerveza, les conviene tener a una prole atontada. Por eso educan mal, por eso no les interesa mejorar la educación. Por eso Recaredo dejó a la sociedad. Es imposible cambiar todo sin violencia, y él no es un hombre violento, al menos nunca lo había visto pelear. Siempre asumió todo con un silencio. Esta hueá es muy injusta decía después, todo está lleno de injusticia. Algún día, decía, algún día esto se va a nivelar, pero yo voy a tener los pulmones reventados antes. Yo lo intenté. Lo intentó, fue alguien en esta sociedad y hasta parece que educaba. Y no sé cómo fue que vino a parar aquí, en este basural somos como papeles de súper ocho que se quedaron al sol y que se llevó el viento y el polvo eterno del desierto, Recaredo se acurruca y me baja los pantalones. Me manosea el poto y me aprieta y se excita, me desabrocha el sostén y me pega unos lengüetazos en las pechugas. Yo estaba lavadita y aromática. Toda la injusticia del mundo está en los hombros del pobre. Es el símbolo de lo mierda que puede ser esta sociedad culiá. Me lo va a meter, pero está flácido. Recaredo no tiene fuerzas, ya no sabe cómo luchar. Lo intenta meter, yo me acomodo y levanto la raja para que él pueda metérmela con facilidad, pero se resbala y no sé si es que ya no tiene fuerzas o es que ya no podrá hacerlo porque se ha vuelto viejo, solo sé que le duele no poder hacerlo y yo le agarro el pico para que se le pare, pero está blando y Recaredo hace un quejido. No lo dice, lo hace y es como su cuerpo en un peo universal relajándose y resignándose. Se da vuelta y me deja toda desarmada. Desalmada, tengo un poco de tierra entre las nalgas y la transpiración me la pegoteó en la espalda, ya estoy sucia y quizás siempre nací sucia, ya me voy durmiendo y parece que me voy a quedar sola. Esa mañana sí, esa mañana fue cuando se fue Recaredo como siempre, sin decir a dónde iba, sin decir por qué se iba, sin explicar si acaso volvía, se fue el hueón.
Ya había pasado el mediodía y yo seguía envuelta en cartones y choapinos, en tierra y pastos secos, pero sin el Recaredo. El sol quemaba y tenía las narices irritadas de polvo. Dicen que en el norte cuando se suelta demasiado polvo es que va a temblar. La tierra sabe. Sabe a mierda. Me quise levantar y empezar a sentir pena porque me habían dejado pagando sin saber yo por qué, pero de pronto llegó uno de los hueones más antiguos de la caleta y me dijo que me quedara ahí. Que todos nos íbamos a quedar aquí por si venía un temblor más fuerte. Yo estaba cagada de hambre, así que me iba a ir a comprar unos panes cuando me di cuenta que no tenía nada de los fajos de billetes que me había choreado. No sé si se los había llevado el Recaredo o estos hueones de la caleta me los habían sacado. Me dio lo mismo. Yo nunca he estado no ahí con la plata. Solo me interesa para subsistir. Le pedí a alguno de los de ahí que me prestara un poco de plata para comprar unos panes, pero se negaron. Yo me paré y dije que entonces me iba a putear un rato porque estaba cagada de hambre, que cuando volviera el Recaredo les iba a sacar la chucha a todos los ladrones de mierda. Ahí fue cuando llegaron dos pendejos de mierda y me amarraron a un árbol, me empelotaron y me comenzaron a manosear. Sacaron sus pichulas, chicas las hueás y se corrieron la paja agarrándome las tetas. Después llegaron los más viejos y al verme así se cagaron de la risa y en su volá los desgraciados empezaron a hacerme otras cosas más desquiciadas. Vino un hueón y me meó. Después otro mierda me empezó a meter un palo por el sapo, otro chuchetumare con su cuchilla me hacía rasguños en la espalda y después me rociaba con pisco. Puta que ardía la huea. Yo no estaba ni drogada, ni ebria, ni siquiera loca, como para haber sentido la nada misma. No, todo dolía más fuerte que la realidad, ¿dónde estás Recaredo? ¿Por qué te fuiste como todos? ¿Por qué me dejaste en este infierno? Tenía tanta hambre. Desde ahí se veían los edificios de la costanera donde las noches pasadas había dormido en cama calientita chupándoselo al doctor. A pesar del dolor y de todo, no extrañaba esa vista al mar, porque aquí cabía la posibilidad que en cualquier momento llegara el Recaredo, pero no llegaba y todos estos hueones chalados de mierda seguían torturándome, me violaban con objetos y me mostraban sus picos, pero nadie me lo metía en serio. Gozaban viendo cómo me atravesaba un palo de escobillón, cómo me metían por la raja el palo del rastrillo y después se dedicaban a aspirar pintura, pegamento, barniz, cemento, los muy hueones imaginaban cosas y hacían un cántico ritual que solo ellos entendían. No sé cuántos días estuve así. No recuerdo haber tomado agua, pero no morí, debo haberlo hecho, debí haber caído inconsciente varias horas por día o ya no me acordaba. Fueron tres días, no sé. Una noche desperté en pelota con un fierro atravesado en la raja, pero libre de las amarras. Estaban todos durmiendo. Me levanté sigilosamente, vi si en algún recoveco de la quebrada pudiese estar el Recaredo durmiendo la borrachera o al menos su cuerpo, pero no: puros volaos de mierda. Antes de irme, de pura picá les di vuelta el pegamento y la pintura donde estaban durmiendo. Ni se dieron cuenta. Después les prendí fuego. Me puse unos pantalones y una polera y apreté cuea mientras al menos dos saco e hueas se quemaban. Escuché sus gritos a los lejos y me quedó la sensación de sentir su carne quemada entrando por mis narices. Me dieron ganas de vomitar, pero me contuve y en vez de eso me cagué de la risa, porque en los pantalones que me había puesto había un fajo de los billetes que me habían choreado. Con eso me bastaba para no putear durante un año, pero como no tenía dónde vivir, decidí ir arriba a arrendar una pieza o un departamentito donde existir tranquila aunque fuera solo un tiempo, mientras me duraban las esperanzas de encontrar a Recaredo o de que al hueón se le ocurriera volver a mi vida o de que temblara tan fuerte y se abriera la tierra y se tragase todo.
Pero era tarde de noche. Parece que en mi vida siempre es tarde de noche. Debí haber me quedado con el reloj que me dejaron mis progenitores antes de matarse entre ellos. Me lo habían dado para alguna de esas fechas imbéciles donde se regalaban cosas. Un cumpleaños, la pascua, el día de la raja, esos días que cuando una es niña esperas con ansias, pero que cuando llegan sabes que puede quedar la cagá, así que ojalá pasen rápido, porque se caldeaban los ánimos creo yo, con la exacerbación de los sentimientos y un copete, y otro copete y vamos peleando y se acabó la celebración. Siempre fue así. Por eso odiaba mis cumpleaños y dejé de contarlos. Por eso nunca creí en las fantasías de navidad o seres mágicos regalando hueás. Por eso para mí siempre estuvo muerta la fantasía y quedé condenada a la realidad más dura. Era tarde de noche y con más plata que la chucha, pero sucia, cochina, mal presentá, que ni siquiera en un motel me habrían aceptado. Las noches solas son siempre heladas aunque se esté en el norte en pleno desierto en medio de una ciudad llena de luces de neón. Ese frío lo sentí desde que estuve en el hogar y no se me ha ido nunca de la espalda como si se hubiese adosado a mi columna. Quería dormir, estaba cagada de sueño y sucedió como por magia que se apareció uno de esos lugares donde la gente va a cantar y a estar en silencio. Nunca había entrado porque me daba un poco de susto la gran cruz que cuelgan y toda esa gente sufriendo del altar y de las pinturas. Bueno, sí había entrado, cuando niña: las iglesias y creo que hasta me bautizaron y estaba en proceso de hacer la primera comunión cuando la vieja le pegó el hachazo entre los ojos. No alcancé a probar la ostia. Entré por el pasillo principal y fue tal el silencio que me invadió y una especie de expectación como si fuera a temblar de nuevo, que me vi llegando al altar mayor como si alguien me fuera a sacrificar. Vi la imagen de ese hombre ensangrentado y lo sentí tan ajeno a mí. Su sufrimiento era tan ajeno a mí y el mío no tenía nada que ver con sus heridas, pero era rico estar ahí. El olor a flores. Era rico saber que si venía el gran terremoto moriría en un lugar santo. Ya me caía de cansancio. Me acurruqué en una banca de madera. Me tapé con las pilchas que andaba arrastrando y traté de conciliar el sueño varias veces, pero siempre volvía a los dolores como si se hubiesen quedado como un trauma y me iban a perseguir por el resto de mi vida: el hacha, los diputados, los olores, la vista desde el piso 23, el fierro en el hoyo, Recaredo, todos los dolores juntos no duelen tanto.
Todos los huesos apoyados en lo duro de la madera no molestan tanto y el silencio y el olor a flores me fueron cautivando lo que apenas percibía por el gusto y el olfato y el tacto se desvanecía y lo único que siempre tuve bueno y nunca se me echó a perder fue la vista. Pues claro, si la vida es cada vez más irónica. Hay que verme como ir al cine, verme sufrir. Me quedé en la madera y poco a poco me fui quedando dormida. Fue plácido. No sé si dormí una hora o días, pero me sentí muy bien luego de esa pestañeada. Todo estaba igual que cuando lo dejé antes de dormir. De pronto escuché una voz que me preguntó qué hacía yo ahí. Le dije que había dormido un ratito, y que ya me iba, que era bacán dormir en este lugar, que hace tiempo que no conciliaba un sueño que de verdad me desconectase, eso no se lo dije porque el tipo me cachó que era puta. De seguro era otro de esos clientes redimidos o negados. Y sacó una hueá como látigo y me empezó a echar con violencia. Yo tomé mis cosas y me dirigí campante a la puerta, pero el hueón cuático se fue en la volá y me salió persiguiendo, me echó como si yo fuese pecado, me exilió, me ahuyentó y si hubiera podido me habría pegado estoy segura, métete tu iglesia en la raja, cura culiao si es que eras cura, tu mierda de iglesia se va a ir a la mierda y te vas a quemar para siempre, ahueonao, la gente ya no está creyendo en ti, ya no los puedes controlar, la fe siempre ha sido un invento barato para justificar la verdadera injusticia.
Casi me alcanza el cura que yo creía que era cura, debió haber sido un cliente antiguo porque no lo reconocí. Al final son todos mis clientes. Ya me he vendido a la puta vida tantas veces que si camino por la calle es como si todo me perteneciese. Era día y subí a los cerros.
Antes eso sí pasé al persa a comprarme ropa y zapatos porque ya tenía las patas pa la cagá. Con las moneas que tenía, pude comprarme ropa bien bonita. Me la calcé toda y hasta me compré un bolso donde llevaba más ropa y otras cosas como perfumes o lápices labiales. Me sentía bacán, pero estaba más cochina que la mierda. Tenía tierra en terrones hasta en la raja procesada con mojones y debo haber olido a ala con regla y sangre y pata y zumacado.
Subí tanto que perdí la cuenta de las calles. Sin quererlo vi un letrero de que se arrendaba una pieza. Había una tremenda camioneta 4×4 estacionada afuera. Es lo que ya saben, solo que no saben del tiempo que pasé allí. Bueno, yo tampoco. En algún momento se acabó la plata o quizás nunca existió y fue todo producto de mi imaginación. Recaredo decía que yo tenía buena imaginación. Es absurdo si lo piensan: un médico enamorado de una puta. Puta que se desvanece. Recaredo debe ser producto de mi imaginación también, no lo creo. Si una está viva por una razón, la mía debe haber sido para conocer a este hombre.
Pasó que se me acabó la plata y de pronto vino un pendejo culiao una noche a la pieza con un mono. Era el primogénito de una vieja de más de mil años que vivía también en la residencial. El pendejo de mierda quería meterse conmigo y apenas tenía doce años con cuea. Me ofreció el mono y sin pensarlo mucho le di una fuerte chupada media babeada y así fue como me fui a la chucha para siempre. Fue muy rico, pero a los cinco minutos quise más y el pendejo se había ido. Cuando me aparecí en su pieza me dijo que sabía que yo volvería, que si ahora quería más debía hacer lo que él quisiera. Cabro chico de mierda, le decía a su mamá que necesitaba plata para cualquier hueá y se la gastaba en monos. Esa vieja recibía como tres pensiones de todos sus hijos muertos. No hacía nada, solo debía cuidar al más chico de sus hijos y al único que quedaba, y no sabía cómo. Creía que dándole plata lo iba a mantener feliz. Le hubiera dado educación mejor vieja tonta, no ve que el muy desgraciado me chantajeaba con la pasta y me obligaba a culear con él. No sabía ni cómo se hacía y se iba cortado sin siquiera meterla adentro, creía que era por el ombligo. Yo no me apuré en explicarle. Le mostraba una teta y el hueón explotaba. Le sobaba un poco el pico y ya no se le paraba en toda la noche. Así debo haber estado como dos meses, como un zángano de una vieja siempre en duelo. Todos sus hijos se habían muerto y este último no sería la excepción. Así tal vez la vieja terminaba por darse cuenta que la vida es una mierda y se mataba de una vez por todas. Sucedió que este pendejo de mierda cachó un día que la estaba haciendo mal conmigo porque había visto una película porno con sus amigos. Y me dijo que quería metérmela toda varias veces y después acabar en mi cara. Saco de huea, si hasta tenía gusto a leche el muy mierda. Pero no era su culpa. Era culpa de la vieja que cayó en depresión después que a su primer hijo se lo tragara la mina. Después el segundo se murió en un bar apuñalado por tres travestis, y el último se había quedado dormido en la línea del tren que iba al altiplano que hace como tres décadas que no pasaba, justo ese día pasó y lo partió en dos. La vieja había metido juicio a todos y a todos les había ganado. Y en vez de alegrarse por ganar una gran pensión vitalicia, la vieja cayó en una depresión cada vez más grande. Le dije que bueno al hueón, pero que primero tenía que comprarme un mono grande que me durara como una semana. Con la libido a punto de reventar salió rajado a la calle y cruzó sin mirar. Quedó pegado en el parabrisas de un camión minero que estaba perdido. Se reventó por dentro porque no salió ni una gotita de sangre, sin embargo murió instantáneamente. Nadie se atrevió a decirle a la vieja que su cuarto hijo había sido reventado internamente por un camión minero. En vez de eso le dijeron que se fue a trabajar a las minas y probar suerte con el oro, que iba a mandar fotos y cartas. La vieja ya no podía sufrir más, así que no lloró dijo será pues.
Lo malo es que me quedé sin proveedor. Después de encerrarme en esa residencial siempre quise más y el pasado se iba enterrando, y el futuro se iba haciendo mierda. Los fajos de billetes no sé dónde se fueron, desaparecieron y con ellos el tiempo, eso de sacar cuentas es tan difícil. Quería obtener un calendario que me explicara todo, pero en cambio tuve que salir a putear que era lo único que sabía hacer y puta que vinieron temblores, la gente se convulsionó y se volvió de mierda. Yo necesitaba plata y en esa pieza me encerraba a vivir, y cuando salía era otra. Esa otra que aprendió a pararse en las esquinas. Esa otra que aprendió a chuparla rico. Esa otra que se engolosinó con la pasta. Esa otra que se encaramaba en los cuerpos de los clientes y se movía como degenerada y que gritaba como desquiciada y sacaba plata, sacaba hasta aplausos y comenzaron a ser más fuertes los temblores. Fue que me quedé viendo la tele donde un tipo que era experto hablaba de los temblores y decía que hace muchos años que en el norte no se venía un temblor grande como para creer que es el fin del mundo, y sí ahora está sucediendo, son cada vez más grandes, la gente no puede mantenerse en pie y grita terremoto conchetumare cada vez que la tierra se mueve y ahora es de todos los días y me van a echar, el viejo de mierda me va a echar. Todo porque lo miro feo y nunca he accedido a sus indirectas. Es viejo es hediondo y es hedionda su camioneta 4×4 que estaciona y encera para que todos vean acá en el cerro que él es el más bacán. Le saca brillo el muy chuchetumare y yo no le pago hace como dos semanas. Todo me lo gasto en droga y de repente me compro algo para comer y unas botellas de cocacola o de cerveza, nada más. También compró a veces perfumes y lápices labiales, depende si me ha ido bien. La verdad es que hasta antes de que los temblores debo decir con orgullo que yo era la puta más requerida del norte, la más rica, la más candente, la que más buscaban. Tenía clientes de todas las noches, ganaba cualquier plata oye conchetumare y compraba de la mejor droga y fumaba como desquiciada y puta, de verdad puta que echaba de menos al Recaredo.
Tienes una gran imaginación, me decía. A lo mejor por eso es que has soportado tu vida desdichada tanto tiempo. Yo pienso en la gente que es infeliz y creo que debiesen todos matarse. Solo con imaginación, me decía, puedes anestesiar la vida, y hacer que duela un poco menos. El problema es que si tienes demasiada te puedes volver loco y dejar de percibir la realidad. Yo creo que eso le pasaba al Recaredo. Cada cierto tiempo sobrepasaba los límites de su propia imaginación y se iba a otro mundo, a otra dimensión y ahí es que me dejaba sola, como ahora.
Tanto tiempo sin ti y tanto temblor que anda suelto. Vuelvo a donde empecé, donde estoy en el suelo sangrando de adentro y el viejo culiao que no le pago, no le pago, el muy maldito que mataba gente yo lo sé, mataba mucha gente y ahora en su consciencia es un mero adorno. Entre tanto dolor siento que alguien grita mi nombre. ¿Será que me voy a morir? Veo que el viejo culiao saca un cuchillo cocinero y me dice que me va a cortar la cara y las tetas. Vuelvo a escuchar mi nombre y veo que alguien toma al viejo por la espalda, lo empuja contra la camioneta, se rompe un espejo y el viejo grita de dolor. Con el dolor en la cabeza se me ha nublado la vista y trato de ver entre el polvo en los ojos y las lágrimas, quién está sacándole la chucha al viejo, pero no distingo más que una silueta, porque a esa hora el sol pegaba de lado y se veía la sombra a contraluz, yo de rodillas en la tierra, con la mitad de las costillas quebradas, con el organismo vacío de todo, con una tibia gota de sangre bajando por mi frente, pero aún con el cigarrillo entre los dedos, le doy una pitiada salvadora que me revuelve hasta la guata completa, y ahora sí, distingo a quien le revienta la cabeza al viejo, quien lo patea, quien le aprieta las manos con la puerta, el pobre viejo ya ni grita, pues los borbotones de sangre que emanan de sus podridos adentros le impiden siquiera pedir ayuda. No está muerto, pero a todos los que observan sigilosos desde sus ventanas les gustaría que así fuera. Se arrastra el viejo de mierda y todos quieren que deje de moverse, que ese hombre que lo golpea dé el golpe de gracia. El viejo trata de subirse a su camioneta y Recaredo puede cerrarla para partirlo en dos. Como en los antiguos espectáculos sangrientos se siente un murmullo que lo alienta a eso. Comenzó como un sonido que se fue sincronizando y terminó en un tumulto de voces pidiendo que lo matara ahí mismo, que le diera el golpe final para sacarlo de esta vida porque seres así no merecían estar respirando el mismo aire. Bien tarde que habían dictaminado eso. Gente hueona. Esperaron casi cuarenta años cuando al viejo ya no le quedaban por naturaleza más de diez, quitarle la vida, ajusticiarlo por las manos de Recaredo. Recaredo mi amor no lo hagas, vámonos de aquí, bajemos los cerros, lleguemos al mar, vayamos al sur. Yo sé que no te amo, tú sabes que no me amas, sabemos que es pura mierda eso de los finales felices, pero si somos capaces de estar juntos y soportar nuestros olores, te aseguro Recaredo, vamos a estar bien. No sé si pienso eso ahora que veo que eres mi héroe y me has salvado. O es que simplemente no quiero que te manches con sangre que no te corresponde, aunque si hubiese que determinar las culpas, matar a este hueón es más que justicia divina, es una cuestión necesaria, es algo casi natural. Pero si lo haces, van a llegar los pacos y te van a pillar y vas a ir la cana. No, no lo hagas. Recaredo miró al cielo y como si recibiese una orden universal cerró la puerta de la camioneta y con ello cercenó uno de los brazos del viejo. Luego dejaría caer la piedra o tal vez lo imaginé. Fue su cabeza en la puerta de la camioneta, no lo sé. Es sangre y la sangre tiene ese color rojo de las mil mierdas que viscosa le da sentido a todos los asesinatos. Hubo un silencio tan grande que nadie se atrevió a escucharlo, sobre todo porque segundos después vendría el terremoto. Sí, ese terremoto del que todos han estado hablando, ese que cambiaría la fisonomía de todo. Ese que quedaría en la memoria como mil heridas. El más grande de todos los tiempos. Un chorro de sangre manchó por completo a Recaredo. Debe haber sido la yugular. El cuerpo del viejo convulsionaba mientras su cabeza dentro de la camioneta comenzaba a moverse porque la había dejado desenganchada. Todos los que impávidos observaban, apenas atinaban a respirar porque no creían en lo que había sucedido. Muchos desenlazaron el nudo de su guata que permaneció todas sus vidas ahí enredado por culpa de la cara de desgraciado del viejo y de lo que decían de él, y al verlo ahí diseminado, no atinaban más que a proferir ruidos inconexos y abrir los ojos más y más, para tratar de ver una mejor realidad. Nadie detuvo la camioneta. Se fue cerro abajo y por lo menos en lo que alcancé a ver, no atropelló a nadie. ¿Quién sabe lo que le habrá sucedido más abajo? Por esa calle se llegaba al centro. Quizás pudo descender todo el cerro sin daño y depositarse en la costanera. Hasta pudo llegar al mar sin más daño, ojalá. No quiero ni pensar que atropelló a alguien, que la cabeza del viejo culiao se convirtió en un arma ciega y mortal.
Yo estaba pa la cagá. Me dolía todo. Quizás por el nervio, pero se me había pasado todo efecto de la pasta o de otras hueás que me había metido en el último tiempo. El Recaredo estaba en shock. Yo quería abrazarlo. El Recaredo se quedó mirando el océano a lo lejos. Yo quería estrecharlo. El Recaredo se puso a llorar, lleno de sangre parecía un asesino, pero era un simple héroe. Yo quería llevármelo a algún lugar solo para nosotros dos, pero todos ahí presentíamos que se venía algo grande. Las viejas sapas se refugiaron, los cabros chicos guardaron sus pelotas, todos se escondieron. A lo lejos se escuchó un gran choque. Era la camioneta. Gritos. Había quedado la cagá. El Recaredo no se reponía. Si él me hubiese dicho algo, si me hubiese ofrecido sus brazos, cualquier cosa, yo me habría quedado con él para siempre. Pero el solo imaginar que la camioneta habría atropellado a quién sabe quién, y la explosión, me obligó a tomar otra mala decisión como todas las que tomé en mi vida. Empecé a bajar y a lo lejos se escuchaba un escándalo. Esto fue como la historia de mi vida. Siempre bajando, me molestaban los zapatos y a pata pelada, atrás el desierto y el profesor contándonos de por qué no quería ser profesor, diciéndonos que la sociedad está podrida, que ya hemos perdido el sentido común. Siempre bajando, siempre fugándome de todo y todos, voy bajando la calle de tierra y ya siento el olor a quemado, y veo sangre y en ese preciso instante, en que pienso que sería mejor devolverse y arrancarme con Recaredo, veo atrás y veo adelante: el humo y la distancia, el dolor y el placer, la realidad y la fantasía: tal vez nunca llegó Recaredo y fui yo la que cerró esa puerta, y por eso mi cargo de consciencia. No puedo estar tan volada, no puedo haberme hecho tan mierda el cerebro que ahora confundo las cosas. En ese precioso instante, la tierra comenzó a moverse. Fue lento y pausado al principio. La ciudad crujió como un balancín sin aceite. Luego se intensificó. La gente debió afirmarse a algo porque cada sacudida era como un látigo poderoso y ciego. Nadie se pudo mantener en pie. Todos los edificios comenzaron a desplomarse con holgura. De los cerros atrás se levantó una polvareda monumental que atrapó toda la ciudad. Los pavimentos se trizaron. La tierra se abrió como una boca tremenda y tragó autos, casas, personas. Hasta los pocos árboles se despedazaron. Nunca nadie había sido testigo de un cataclismo como ese. Fue peor que el fin del mundo, porque aquí quienes sobrevivieron, debían continuar. El terremoto duró como ocho minutos, o diez, no lo sé. Todavía seguía temblando cuando sonaron las alarmas de tsunami y las pocas personas que aún seguían vivas, que no habían sido aplastadas por los escombros de la ciudad, se levantaron a penas y corrieron cerro arriba. Allí fue que pensé que me había imaginado al Recaredo, sino, ¿por qué no bajó a buscarme? ¿Por qué apareció así de repente? Soy una puta con muy mala suerte. Empecé a caminar, siempre bajando, siempre fugándome de todo, llego a la costanera donde está incendiándose el auto. Entremedio del dantesco espectáculo eso no es novedad. Lo que sí concita toda la atención es el edificio del médico: se había desplomado completamente. ¿Quién lo hubiese pensado? El prodigio de la arquitectura. Y yo sin ningún rasguño, bueno, al menos ninguno producto del terremoto. El aire salado me limpia y soy otra. El mar está recogido y yo soy otra. Prendo otro cigarrillo y ya no me importa Recaredo. Le doy una chupada y ya no me importa qué pueda pasar. Estoy con mi mejor ropita y parece que me perfumé, parece que me vienen a buscar mis padres, todo es distinto cuando has perdido todo, peor es si nunca lo tuviste. A la mierda los sentimientos, yo quiero ser inmortal, y nadar con la ola universal que se aproxima, nadar y arrastrarme con los escombros matándolos a todos, y que antes de morir digan: puta la hueá, me devuelvo a la concha de mi madre.
Septiembre 2017