Encélado

06.02.2020

Hubo una gran conmoción en la sede central del poder religioso. Helicópteros y hasta camiones con equipos de rastreo, además de un contingente policial inusual para una visita científica, llegaron con altisonancia y sin precaver lo que pensaría el mundo ante semejante parafernalia en la antigua gran casa. Quien venía era Marcos González, científico y astrónomo chileno a cargo del programa espacial del Cerro Tololo. Era una eminencia ahora por sus recientes descubrimientos, pero toda su vida había sido un humilde obrero de los telescopios. Ni familia tenía, solo un perro guardián que le movía la cola en la noche. Sin embargo, hace una semana sus observaciones en las lunas de Saturno habían sido constantes y muy novedosas. Había visto para la raza humana, cosas por una primera vez definitiva. Por eso lo encomendaban para que llevase la noticia. Él mismo había enviado muchos emails a la NASA y no le contestaron hasta que adjuntó una foto. Ahí le creyeron y lo llenaron de llamados. No quisieron hacerlo público, pero la conmoción hizo que viajaran cantidad de rubios y enormes científicos de todos los idiomas que contrastaban con la apariencia pequeña y morena pelo chuzo de González, cuyo segundo apellido era Palqui. Todos le preguntaban en todos los idiomas que cómo lo había hecho, que what the hell he is believing, que qué vamos a hacer con esto. Marcos respondía como le enseñaron de niño: con calma, con paciencia, con voz de científico cansado que necesita lentes pero que no compra porque vaya que se perdería tiempo. Decía que si era tan importante como todos esos grandotes sabelotodo decían, era entonces tiempo de preguntar a alguien más qué diablos hacemos. La ciencia descubre, pero no contenta.

Marcos iba franqueado por cinco científicos y veinte policías. Además de la guardia de palacio parecía un pequeño ejército. La cita recién la habían hecho ayer, así que la máxima autoridad de la fe en occidente, tuvo que cancelar varios compromisos importantes, algunos que eran como todos: muy importantes. Se reunieron en una habitación privada.

Una hermosa periodista recién egresada cuya pasión eran todas las ciencias sin excepción, seguía en su cuenta de Twitter a varias eminencias. Solía preguntar públicamente sobre los descubrimientos que llevaban a cabo, y sabía que cuando alguno dejaba de tuitear era porque había descubierto algo grande, y era el momento de profundizar la relación, quizás con un café, tal vez algo más, con tal de sacar información que encumbrara su carrera y que la tenía en el selecto grupo de alumnos becados por casi treinta gobiernos. Su foto de perfil convencía a cualquiera de querer descubrir lo que fuera.

Ella había seguido a Marcos y hasta lo había invitado varias veces, pero él se mantenía incólume. No obstante su negativa, ella había averiguado todo lo que lo rodeó en las últimas semanas: su silencio, la visita de la NASA, la de decenas de científicos, su confinación en un búnker, su viaje al Vaticano y ahora su reunión con el Papa. Lo esperaba afuera, aunque sabía que era prácticamente imposible verlo.

Marcos ingresó a una pequeña oficina. Saludo con respeto a pesar de no ser creyente y como el Papa hablaba español fue inmediatamente al grano con una curiosidad inusual.

- La verdad es que no me han dicho nada, solo me informaron que era importante.

- Muy importante don Papa. Tanto que no sabemos lo que sucederá y por eso es que decidimos informarle a usted primero, antes de hacerlo público.

- ¿De qué se trata? Cuéntame.

- Es que soy astrónomo, y en el último tiempo he realizado varios descubrimientos que pueden cambiar absolutamente la forma de concebir nuestra propia existencia.

- Dime hijo, yo sabía que este día llegaría, exprésame todo.

- Comencé realizando observaciones en las lunas de todos los planetas del sistema solar principalmente, pero me llamaron la atención las lunas de Saturno, especialmente una pequeña llamada Encélado.

- ¿Y qué había, hijo mío?

- Nada.

- ¿Cómo dice, cómo es que no había nada?

- Nada, había nada. La nada, que creímos no existía, pues bien, ahí estaba.

- Pero eso es un enigma científico, ¿qué tengo que ver yo con la nada? Pensé que me iban a decir que encontraron vida inteligente o una civilización más avanzada que la nuestra. Pero esto, realmente no sé en qué nos pueda afectar.

Charlaron un rato más, pero el Sumo Pontífice se mostró molesto, como si estuviera perdiendo el tiempo en hablar sobre eso de la nada. Finalmente se dio cuenta que se trataba de un científico menor y pidió hablar con "el jefe". Se apercibió el rubio más grande que encontraron, jefe de la NASA y de no sé qué ni cuantos otros programas secretos. Podía este macilento personaje con apenas una mirada decidir si alguien desaparecía solo por ser sospechoso de pensar algo contrario a lo que ellos piensan significa el bien para la humanidad. Se encerró con él por cerca de una hora. Marcos esperó afuera y daba su vida por un cigarrillo.

Al salir se dirigió de inmediato a Marcos con una mirada inquisitiva y su español de gringo que hizo poco esfuerzo por aprender.

-¿Qué dijiste a él?

-Lo mismo que dije a ustedes, lo que descubrí, lo que ustedes observaron, por lo que me llamaron. La nada, mi descubrimiento.

- El Pope quería escuchar la verdad.

- La verdad es incomprensible para alguien como él. Se la podría decir a un filósofo o si viviéramos en oriente tal vez un chino o un coreano sabio podrían interpretarlo, pero...

- Pero nada. El Pope quiere que le digas la verdad.

- Pues dígasela usted.

- Lo hice y no le tomó el peso. Creer que es un juego. Deberás tener más pruebas que las fotos que tomaste.

- Viajen ustedes allá. Yo sé que se puede.

- Se puede ir, pero no volver.

- Un mártir entonces.

- ¿Quieres ser un mártir?

Marcos se quedó pensativo. No había nada en su vida que lo motivase más que descubrir la verdad. Su sueño era que nombraran un asteroide como él, o que una ley científica llevase sus iniciales. Esta era la oportunidad de su vida.

- Dígame lo que tenga que decirme y yo veré si acepto.

El gringo lo pensó también. Si obtenía los créditos del descubrimiento de González, la NASA y EEUU y todo lo que suene a gringolandia volvería a los tiempos fecundos de la guerra fría, donde todos temían al tío Sam. No como ahora, cuando los gigantes orientales se encumbran con sus economías, y las potencias blancas del norte se mantienen silenciosas produciendo riquezas a caudales. Todo eso alumbró la mente del rubiecito jefe. Podía contarle sobre sus descubrimientos que no entendían, que funcionaban a medias. Claro que sí, podía.

- No podemos hablar aquí.

- ¿Por qué no? Por Dios.

- Dios nunca ha sido un problema, es más bien un aliado. Pero por ser aliado es mejor que no sepa. Vamos a un puente.

- ¿Un puente?

- Sí, hay una convención internacional que prohíbe monitorear conversaciones en los puentes.

- No lo sabía.

- Nadie lo sabe.

El gringo dio una orden con las manos y todos obedecieron parsimoniosamente. Sin escándalo fueron desapareciendo todos los indicios de su visita a la santa sede. El gran operativo se esfumó en cuestión de segundos como si nunca hubiese existido siquiera un paso de todos los impíos caminando por baldosas de fe. Los dos hombres se fueron conejeando por los pasillos y por las escaleras y salieron a la plaza y después encaminaron por algunas callejuelas hasta llegar a un puente donde podían ser confundidos con turistas sin problemas, o sin problemas como turistas.

La periodista, que si hubiese sido otra mujer, hubiese perdido hace tiempo las esperanzas de una nota, fue la única que pudo reconocerlos. Los siguió de cerca y de lejos. Ni ella entendía lo que la arrastraba a seguir en tan disparatada misión. Hace tiempo que era una connotada reportera, se había ganado un respeto en el medio, podría haber conseguido el trabajo que quisiera, pero no, ella buscaba el golpe, lo más grande, una noticia de proporciones bíblicas, y al parecer la había encontrado.

Sobre el gracioso puente, que parecía de esos venecianos arqueados con cerámica brillante, los dos hombres contrastantes retomaron la conversación.

- Nosotros podemos llevarte a esa luna.

- Creo que eso intuí. Ustedes y sus descubrimientos.

- ¿Qué es intuí?

- Supe de antes. Los gringos siempre han llevado la delantera en tecnología.- dijo desesperanzado Marcos mientras observaba la mierda que corría a caudales por el río.

- La tecnología ha sido nuestra aliada. Hemos tenido suerte, hemos hecho descubrimientos, hemos sabido esconderlos.

- Y han recibido ayuda externa me imagino.

- Sí, pero nunca ha sido precisa.

- Por eso desafían a Dios, porque saben que no estamos solos en el universo.

- Es demasiado pretencioso pensar que estamos solos. Digamos que la información siempre ha sido incompleta, y no sabemos quién nos la proporciona. Por eso que tu descubrimiento era tan...

- Disparatado.

- Peculiar, diré yo.

- Lo cierto es que si usted quiere lo podemos llevar a esa luna.

- Tan grandiosos son sus inventos.

- Llevar, pero no traer de vuelta.

- Solo el viaje demoraría años. Para cuando llegue allá, de seguro habrá otros inventos con los que me puedan traer de vuelta.

- Solo llevar, instantáneamente.

- Ya veo. Teletransportación.

- Puede llevar todo lo necesario incluido oxígeno y calefacción para morir de viejo allá.

- ¿Y porque no se puede volver?

- Los experimentos han sido desastrosos. Cuando hemos querido traer de vuelta a un ser animado vuelve al revés. Solo pueden volver elementos sin vida. Así es como hemos obtenido grandes logros.

- Gracias al sacrificio de heroicos "marines" de seguro.

- Muchos se han sentido orgullosos.

- Y, ¿por qué no envían a uno de ellos?

- Usted es el indicado. Sabemos de su vida. Sabemos lo que sabe. No tiene nada que perder en cuanto a afectos.

Eso fue lo que terminó por convencer a Marcos. Tenía razón. Toda su vida buscando el conocimiento lo llevó a olvidar que existían otras personas en su entorno. Primero fue su familia. Cuando murió su padre él se refugió en los estudios y no pudo perdonar a su madre que rehiciera su vida con un hombre al que de verdad amaba. Así que una vez en la universidad, se fue a estudiar al norte del país bien cerca de los telescopios y nunca más la vio. Su hermano mayor se suicidó y su hermana menor se volvió una prostituta drogadicta. En sus estudios solo se relacionó con computadores y profesores que hablaban al revés, así que solo se limitó a comunicar lo que iba descubriendo. Y eso era tan espectacular, porque definitivamente tenía el don de descubrir. Un día de camino al cerro un distraído perrito lo siguió. Él le ofreció la mitad de un sanguche de palta que devoraba y el animal lo devoró el doble. Fue así como lo conoció y lo quiso de inmediato. Felipe podía estar horas escuchándolo hablar de estrellas, constelaciones, hoyos negros, supernovas y siempre al final de la charla unidireccional, movía su colita.

- Solo Felipe, pero me imagino que puede venir conmigo.

- Sí, por supuesto. Hasta hemos enviado marines con sus familias.

- Eso es cruel. Puede ser que hasta sean ellos los que después de avanzar su tecnología en un lugar y tiempo diferentes les envíen todo a medias para que se equivoquen y se equivoquen...

- Es una posibilidad, pero no...

- No crea, el destino siempre tiene su cuota de humor. Si no cree, pregúnteme a mí que voy a aceptar gustoso su oferta, aunque debe ampliarla, porque así nomás, me parece un poco mezquina. ¿Qué tal si me cuenta otros secretos antes de partir?

El gringo ya hastiado de la situación, pero respetando el cumplimiento del deber, no halló mejor forma de justificar la proeza que estaba haciendo, que contarle varios secretos y anécdotas que había vivido en sus treinta años de servicio al imperialismo yanqui. Se separaron, antes pactaron fechas y otros datos para la sincronización. Marcos se fue del puente y enfiló hacia el hotel.

Ella los vio conversar, pero ni imaginaba de qué. Y cuando observó a Marcos solo y desamparado (más desamparado que cualquier especie en este mundo), lo abordó con una de sus triquiñuelas femeninas.

Rompió a propósito un taco (vestía un vestidito verde de verano ajustado aunque era otoño. Un pañuelo que de sacarse o volarse sobre su seno abriría enormes posibilidades de contemplar el escote imponente y sinuoso. Sus piernas eran además gruesas para tan delgado cuerpo que empinaban sus caderas como en tres dimensiones fuera de la pantalla. Aros grandes, cabello teñido pelirrojo al viento, piel suave y sabrosa sin imperfecciones, rostro de dos enormes ojos coronados por cejas brillantes y pinceladas, todo en ella era un cuadro rembradtiano, más real que lo real que dan ganas de comérselo para probarlo) y se cayó casi sobre él. Él que pidió disculpas, procuró que ella estuviese bien y no cayera al suelo y siguió su camino presuroso (presuroso porque no estaba acostumbrado a socializar. Su única forma de socializar que no buscaba ni quería era cuando compraba comida o algo para subsistir), así que intentó abstraerse y ella, al ver que su estrategia, no funcionaba, apeló a un nuevo recurso al escuchar su "cuidado", "disculpa"...

- Ahhh (ese ah es grande, casi con el tono de los que se profieren en estados de orgasmos) así que eres chileno.

- Sí - dijo escueto sin saber qué agregar.

Ella, que era más curtida en los menesteres de la conquista, supo de inmediato que su timidez sería problema, mas no si ella se ganaba su confianza.

- ¿Y viniste a ver al Papa? ¿Eres católico?

- No.

- No qué. ¡Eres ateo!

- Sí, no. Disculpa, debo ir a mi hotel.

- Perdón, es que resulta excitante encontrar a alguien de tu país. Sobre todo cuando no entiendes ni italiano, ni inglés, ni francés. Y es tan difícil conseguir algo de comida. Además poco dinero y un hostal de porquería en las afueras de la ciudad. Disculpa si te molesté.

La periodista era maestra en el arte de mentir. Se fue alejando con pasos cortos para demorarse más y parecer una escena de película de despedidas. Marcos la observó desde atrás y por dentro pensó en lo hermosa que era, en su pelo al viento, en sus curvas majestuosas y a la vez, se pensó tan desgraciado en los sentimientos, tan poca cosa, tan innecesario, que reafirmó su decisión de irse y no volver jamás, de quedarse para la ciencia, de ser ese conejillo de indias tan necesario, aunque nadie nunca supiese que tal vez en veinte años más un gran avance tecnológico fuese gracias a él. Enfiló hacia el hotel, cabisbajo, pensó tal vez en que mujeres como ella jamás estarían reservadas para tipos como él. Así el dolor no es tan fuerte y el tiempo siempre se encarga de evitarnos recordar. Pero ella era insistente. Se devolvió, lo tomó del brazo y apresuró su paso además con su olor natural, le crispó hasta la médula, pues era sabroso y por lo demás, al parecer estaba ovulando.

- Debes ayudarme.

- ¿Qué?

- Te he mentido, pero desde ahora te diré siempre la verdad.

- ¿Sobre qué?

- Te he seguido desde el cerro Tololo hasta acá, ¿no te parece que merezco un poco de tu tiempo?

- ¿Me has seguido a mí?

- Sí, bueno he seguido la noticia que eres tú. Te lo voy a explicar de manera muy sencilla (Lástima que casi todas las mujeres creen que sus explicaciones sencillas son sencillas en realidad). Sucede que me han propuesto matrimonio cerca de quince veces. A todas dije que no. Millonarios incluidos. Algunos minos, pero minos de verdad. Siento que la vida me tiene deparados acontecimientos más excitantes que relegarte a contemplar una argolla metida en tu dedo. Muchos hombres me han propuesto darme una vida de princesa, pero me he negado. No sé por qué, pero siento que me falta algo. Algo importante. Me gustan las cosas importantes y en mi trabajo de reportera he tenido varios logros, pero ninguno que se asocie a mi nombre. Quiero esa fama. Que me reconozcan. No quiero dinero, solo fama. Que la gente diga que hice algo importante...

- ¿Por qué me cuentas todo eso?

- Porque sé que tú estás metido en algo importante.

- Estaba. Ya no.

- ¿Encontraron vida inteligente? ¿Encontraron a Dios?

- No te puedo decir nada.

- ¿Determinaron el fin del mundo? Dime algo, una pista, por favor.

- Lo siento.

Marcos apresuró el paso, ella se desilusionó de la noticia, pero pudo ver en los ojos cansados de su perseguido algo que no había encontrado en nadie más. Ese halo de misterio, esa sofocante duda, esos ojos a maltraer, gobernados por infinitas horas de estudio e investigación, por una soberana soledad, definitivamente la cautivaron y en su insistencia quizás ya no buscaba la noticia, tampoco la fama, solo quería saber y quizás tomarse una copa con él, charlar por horas, reírse de las cosas triviales, tal vez solo eso quería nada más, pero ya él iba lejos y cómo le iba a mentir de nuevo cómo le iba a decir que esta vez ya no lo quería por lo que sabía, sino que porque sintió esa chispa demasiado luminosa que estalla cuando alguien sabe que se puede enamorar de otro.

Marcos subió a la habitación de su hotel. Desde la ventana pudo ver durante toda la tarde que la periodista estuvo en la plaza de enfrente esperándolo. Se paseó, el viento jugó con sus vestidos, su cuerpo sinuoso se hacía una mermelada de sabores frutosos al compás de la espera. Él la observaba y desvariaba, ¿será cierto que ella es tan hermosa? ¿Será cierto poder ir y no volver? ¿Será cierto el silencio? Y todas las cosas que nadie puede explicarse.

Cuando anocheció y le quedaban minutos en este mundo (ciertamente), decidió bajar antes de que se apercibieran las decenas de camionetas negras que lo llevarían a su destino final. Y la encontró fresca como si hubiese sido una mañana después de sueños fragorosos y dulces. Nada le dijo, solo con la mirada, como si la poseyera, la invitó a sentarse en un banco de la plaza.

- ¿Quieres saber cuál es mi descubrimiento?

Ella no dijo nada, solo asintió, pero con eso se dejó sentir el aroma universal de la belleza sublime y única que ya lo había sobrepasado.

- Pues bien. En mis largas observaciones, y después de innumerables pruebas, he descubierto que en esa luna de Jupiter hay un espejo. Solo un espejo, nada más. Y esa es la razón de tanto alboroto. Ese espejo es la nada y el todo. Alguien lo ubicó ahí o quizás hay muchos en los infinitos planetas del universo. ¿Quieres ir conmigo a Encelado?

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