El momento verdadero

Es de esas cosas que suelen pasarle a uno en la imaginación, y da la impresión que cuando se vuelven reales parecieran todavía ser más fantasía que la misma irrealidad. Pasó que caminaba por la calle un día martes (no sé porque todo siempre tiene que suceder los martes) y me vinieron unas ganas tremendas de hacer el trámite corto. Debe haber sido el jugo de naranjas que probé gustoso en la llave (imaginaba, claro). Soy muy decente, así que de evacuar ahí mismo frente a un árbol ni pensarlo, solo me quedaba hallar un baño lo antes posible. Lo bueno de tener ganas es que así se apaciguaba un poco el hambre.
Dio la casualidad que vi una casa con la puerta abierta. Era una casa de dos pisos pintada blanca con puertas rojas y ventanas manzanas. Al fondo se veía (aunque yo no quería ver) un baño luminoso, cristalino, hasta sentía el ambiental de lavanda, lavanda. Fue como si mis pies y mi vejiga mandaran, no mi razón. Yo jamás "diría señor Juez", yo tengo una irreprochable conducta anterior, pero las circunstancias son las circunstancias y moví un poco la puerta, pisé sigilosamente las baldosas que dieron extraños sonidos con mis suelas chinas hasta el felpudo y el alivio. No quise cerrar la puerta para no seguir metiendo bulla y el cierre y el placer. ¡Qué bien se sentía!, el chorro al agua y vaciando litros deben haber sido. Simplemente delicioso. ¿Lavarme las manos o no lavarme las manos? He ahí el dilema. Y, ¿si la llave sonaba estrepitosamente y llegaba alguien a sorprenderme? Creo que no podría aguantar una vergüenza de ese calibre, pero sí podré vivir con las manos sucias algún tiempo. Antes de salir, puse oído a ver si todo seguía calmo como antes, y me daba tiempo de escapar a terreno seguro allá afuera en la calle. Nada, nada hasta que de pronto un par de pasos violentos y la puerta del baño cerrada en mi cara. Y a lo lejos un portazo de la puerta principal seguro y la llave asegurando con esos fierros gruesos de las puertas modernas antidelincuencia.
Me miré al gran espejo en plano americano y quise decir: "are you talking to me? Are you talking to me!" "Ah, machucao" "¿Teni algún problema?" Estaba atrapado en una casa ajena, en un baño que no es mío, con olores de gentes de quién sabe qué costumbres. Moví la perilla para salir del ahí y quedarme al menos, no sé, en el living y constaté con espanto que la puerta del baño también había sido asegurada, pero ¡Por fuera! Menos mal que no soy claustrofóbico, ¡Menos mal! Pero el encierro igual me mata, donde me sentaría: ¿en la taza? ¿Por qué se llama taza? ¿Acaso cobija algún caldo o un té? Bien, puedo comer pasta dental. Si se traga no daña el estómago, eso dicen. Puedo mirarme al espejo. Puedo darme una ducha. ¡Eso! Pero, y ¿si repentinamente llegan? No podía arriesgarme a ser descubierto. Mi misión era salir de ahí del mismo modo que como entré: sin dejar rastros. Así, los moradores de la casa jamás se enterarían de mi pequeña estadía en su baño de azulejos azules. Cuántas cosas pasan así por nuestras vidas, cuántas historias se escribirían si la percepción fuese un poquito más aguda.
Bebí mucha agua y evacué al menos un par de veces, pero ninguna tan placentera como la primera. Ya me estaba comenzando a impacientar cuando seis horas más tarde alguien abrió la puerta principal. Se oían risas. Yo tenía absolutamente planeado cómo escapar. Primero me refugiaría en la tina tras las cortinas. Era un baño amplio así que si la persona no venía a bañarse, podía esperar que dejase la puerta entreabierta y yo emprendía la huida. Me interesaba solo que no me vieran ¿qué les diría si me sorprendían? Fueran quienes fuesen lo primero que pensarían sería ¡un ladrón! Y de ahí a la cárcel. Mis papeles se mancharían. Aunque en la cárcel al menos hay tres comidas diarias. Seguían las risas. Distinguí una voz femenina y una voz masculina. La voz de ella acercándose, sacó un pestillo y abrió la puerta del baño. No me encontró claro, porque yo estaba tras la cortina, pero luego de unos segundos me di cuenta que si bien yo no me veía, sí podía ver por entre las fibras, ya que la luz permitía ese efecto. Ella era una mujer de unos treinta años aproximadamente. Se quedó mirando varios segundos al espejo y soltó una risita, se habló a sí misma: "Donde te viniste a meter. Tienes suerte hueona". Era bastante hermosa, pero dejé de observarla, ya que los ojos se sienten. De hecho, a los ladrones les enseñan a no mirar nunca a su víctima más de lo necesario, porque la mirada pesa. Yo probaba eso en mis viajes en micro. Miraba la nuca de alguien mucho rato hasta que la persona me miraba. Nunca fallaba. Incluso los más difíciles, justo antes de bajarse en su parada, me daban una mirada de un segundo. Así que no la miré, pero la presentí y hasta ese aroma de mujer ovulando me llegó a las narices. Salió y efectivamente no cerró con pestillo. Era mi oportunidad. Hacia la puerta no eran más que unos cinco metros de pisadas largas y silenciosas, pero los chinos que trabajan como chinos de seguro no hicieron mis zapatos menos ruidosos que el plástico que demorará mil años en degradarse, como serán para mí mil años en que alcance la puerta y me pierda en la calle. Me pierda, otra vez.
Ella le dijo algo así como: "Hagámoslo en el baño", "No", dijo él, "Sobre la alfombra". Ese felpudo que silenció mis pasos habrá querido decir. "Podemos mancharlo", dijo ella, "En el baño no quedan evidencias." Ya sentía que se metían en el baño de volubles azulejos azules y en pleno acto me descubrían. Hubiese sido patético y yo diciéndoles disculpen es que tenía ganas y me quedé encerrado seis horas.
No alcanzaron a entrar. Se desgajaron en la puerta. Pude hasta oír cómo se les resbalaban las manos por las pieles y después los gritos. Yo me imaginaba todo, pero no quería imaginármelo, los zumbidos y esos grititos pronunciados que avizoraban un pronto éxtasis. Él jadeaba, pero no decía nada; ella lo decía todo, con frases sucias e irreproducibles que al parecer lo llevaron pronto a terminar su cometido. Solo un par de minutos que para mí fueron en cámara lenta. Asomé mi cabeza por entre la cortina y los azulejos. Ella estaba con las piernas abiertas bañada en sudor y respirando como después de una maratón, y él medio sentado con los pantalones a medio sacar y observando el piso.
Me dije a mí mismo: "Es ahora o nunca". Dicen que después del acto sexual es el momento más verdadero del ser humano, así que si se iban a enterar de la verdad, pues que lo hagan. Tenía ganas de mear y qué. Soy un caballero, y qué. Solo quería ocupar sus aguas, que al fin y al cabo son las aguas de todos y al llegar al mar por los ríos que es el morir. No creo que me recuerden más que como una anécdota, y si tengo suerte hasta pueden pensar que soy un fantasma y ando penando. Solo quería retornar a mi vida allá afuera, que si bien no es vida, es al menos decorosa y no ando pidiéndole nada a nadie. El hambre sacudía mis tripas con violencia.
Salí del baño como si nada, mirando hacia el frente sin dejar que sus miradas me detuvieran. Caminé incólume, firme, fuerte, pero el ruido de los zapatos le restaba mucha solemnidad a mi huida. Ellos se incorporaron rápidamente, se intentaron tapar, creo y dentro de su propia casa quisieron huir y se murieron de vergüenza. Yo seguí mi camino, abrí la puerta como todo un señor, los observé apenas unos instantes y pude percibir su miedo. Salí a la calle y cerré la puerta con estilo, haciendo cliquear la chapa. Temblaron los azulejos.
Afuera el sol en el cielo azul se estaba destiñendo y los pájaros ya cantaban sus últimos himnos antes del ocaso. En cambio yo, sí yo, ya me estaba preparando para que siguiera todo igual. Todo igual.